Ernesto y la Aventura del Atardecer Mágico
Era un cálido atardecer en la tranquila ciudad de Misiones. Los colores del cielo se mezclaban en tonos dorados, naranjas y lilas, mientras los pájaros volaban en formación hacia sus nidos. En una pequeña casa, vivía un niño llamado Ernesto, quien siempre soñaba con aventuras.
Un día, mientras exploraba el bosque al lado de su casa, Ernesto se encontró con una mariposa de colores brillantes. Fascinado, la siguió hasta un claro donde conoció a una niña llamada Mariana.
"Hola, soy Mariana. ¿Te gusta explorar?" - preguntó ella con una sonrisa.
"¡Mucho! Cada día busco nuevas aventuras. Estoy seguro de que aquí hay algo increíble para descubrir" - respondió Ernesto emocionado.
Mariana tenía un mapa lleno de rutas secretas. Juntos decidieron seguirlo y, mientras caminaban, escucharon un ruido extraño. Se acercaron a ver y encontraron un pequeño arroyo que brillaba con la luz del atardecer.
"¡Mirá, Ernesto! Este arroyo parece mágico. ¿Te imaginas a dónde nos puede llevar?" - exclamó Mariana.
Con valentía, decidieron cruzarlo salpicando agua entre risas. Al otro lado, lo que encontraron cambió sus vidas para siempre: un jardín lleno de flores nunca antes vistas.
"¡Es bellísimo!" - dijo Ernesto, maravillado.
Mientras exploraban, notaron que cada flor tenía una melodía propia. Mariana y Ernesto empezaron a recitar rimas sobre lo que veían mientras la música de las flores llenaba el aire.
"¡Una competencia de rimas!" - sugirió Ernesto.
"¡Sí! ¿Quién puede hacer la mejor rima sobre la flor de la felicidad?" - respondió Mariana, entusiasmada.
Tuvieron tanto éxito que lograron que dos mariposas se unieran a su juego, danzando al ritmo de sus palabras. Pronto, las flores brillaron aún más, y un pequeño duende apareció entre los pétalos.
"¡Felicidades, amigos! Ustedes han despertado la magia del jardín. Cada rima que crean ayuda a las flores a crecer y brillar. Hay que proteger este lugar de quienes no lo valoren" - dijo el duende.
Ernesto y Mariana se miraron, llenos de determinación. Sabían que tenían un gran responsabilidad. Acordaron que cada vez que visitaran el jardín, traerían a otros niños, enseñándoles a cuidar la naturaleza y a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.
Así fue como Ernesto y Mariana se convirtieron en los guardianes del jardín mágico. Pasaron los meses y cada atardecer era un pequeño festival. Los niños venían de todos lados para compartir sus rimas, jugar, y cuidar de las flores del jardín.
Pero un día, un grupo de chicos se acercó al jardín con intenciones de romper las flores y hacer ruido, sin respeto por la belleza que allí había.
"¡Alto!" - gritaron juntos Ernesto y Mariana.
"Este jardín no es para romper ni hacer desastres, ¡es un lugar mágico que debemos proteger!" - continuó Mariana.
Los chicos, sorprendidos, se detuvieron. Mariana y Ernesto les explicaron la importancia del jardín y cómo había llenado su vida de alegría y amistad.
"¿Saben qué? Si quieren, pueden ser parte de nosotros. Pueden venir a jugar, pero primero, ayúdennos a cuidar el jardín" - propuso Ernesto.
Los nuevos chicos, entendiendo que podían hacer una diferencia, aceptaron y se unieron al grupo. Juntos, plantaron nuevas flores y repartieron semillas para crear un lote más grande donde todos pudieran jugar y disfrutar.
Con el paso del tiempo, el jardín se transformó en un símbolo de amistad y cooperación en todo Misiones, un lugar donde la magia del atardecer brillaba más que nunca gracias al amor y respeto que todos tenían por la naturaleza.
Y así, cada atardecer, Ernesto y Mariana recordaban que los colores y las melodías del jardín eran el reflejo de sus corazones llenos de amor y aventura.
"¿Listos para más rimas, Mariana?" - preguntó Ernesto mientras el cielo se tiñó de un profundo púrpura.
"Sí, pero recordemos, cada rima cuenta una historia. Esta es solo el comienzo" - le respondió Mariana, sonriendo con esperanza ante todas las aventuras que aún estaban por venir.
FIN.