Escuchando con los ojos
El sol brillaba con fuerza en la mañana de un nuevo día, y el corazón de Sofía palpitaba con nerviosismo. Era su primer día de clase en la escuela nueva y, aunque había decidido llevar su mejor sonrisa, el miedo a ser diferente la llenaba de angustia. Sofía, una niña de seis años, había nacido sorda y llevaba en su cabeza unos implantes que la ayudaban a escuchar. Pero a veces, las palabras se sentían tan lejanas como nubes en el cielo.
Cuando llegó a la escuela, el patio estaba lleno de niños corriendo y riendo, y Sofía se detuvo un momento a observar. Se preguntó si alguna vez podría ser parte de esa felicidad desbordante. Sus ojos se encontraron con los de un grupo de compañeritos que jugaban a la pelota. Se acercó un poco, pero el temor hizo que se detuviera.
La maestra, la señorita Clara, notó su hesitación y decidió acercarse.
"Hola, Sofía. ¿Cómo estás?"
Sofía asintió y sonrió, a pesar del nudo en su estómago.
"Es mi primer día...", dijo con un ligero titubeo, combinando palabras y señas.
"¡Qué emocionante! Todos están ansiosos por conocerte. Ven, te voy a presentar a tus compañeros."
A medida que caminaban hacia el grupo, Sofía notó miradas curiosas. Algunos niños se acercaron mientras la señorita Clara decía:
"Chicos, les quiero presentar a Sofía. Ella tiene una forma especial de comunicarse y todos debemos ser muy amables con ella."
Algunos niños murmuraron y Sofía sintió cómo su corazón se encogía. ¿Acaso ser diferente significaba que nunca tendría amigos?
Esa semana fue difícil. Aunque sus compañeros le sonreían, Sofía no comprendía muchas de las cosas que se decían a su alrededor. La lengua de signos era su aliada, pero a veces sentía que necesitaba más. Decidió que sería momento de mostrarles su mundo.
Un día, se acercó al grupo que estaba jugando con bloques de colores. Con una gran sonrisa, empezó a construir un castillo gigante. Uno de los niños, Lucas, la vio jugar y se acercó.
"¿Puedo ayudarte?"
Sofía sintió un brillo de esperanza.
"¡Sí!" exclamó mientras se le iluminaban los ojos.
A medida que construían juntos, Sofía comenzó a usar lengua de signos para explicar cuál sería el próximo bloque que colocarían. Al principio, Lucas miraba confundido, pero pronto decidió imitar los movimientos.
"¿Así?" preguntó, tratando de copiarla.
Sofía sonrió y asintió.
"¡Exacto!" firmó feliz, y poco a poco otros niños se fueron acercando.
"¿Pueden ver cómo habla con las manos?" dijo Lucía, una niña morocha, mientras aplaudía con entusiasmo.
Sofía, sintiéndose más cómoda, decidió organizar una pequeña clase de lengua de signos.
"¡Vamos! Se los voy a enseñar!" dijo mientras levantaba las manos.
Y así, Sofía comenzó a mostrarles algunas palabras simples en lengua de signos. Los niños la miraban fascinados, incluso comenzaron a practicar entre ellos.
"¿Cómo se dice 'amigo'?" preguntó Lucas.
"Así”, firmó Sofía mientras replicaba el gesto. ”¡Ahora todos somos amigos!"
A medida que pasaban los días, cada vez más niños querían participar en las actividades de Sofía. Ellos la invitaban a jugar, y ella también les enseñaba a comunicarse con gestos y a escuchar con los ojos.
A finales de mes, la escuela organizó una muestra donde los niños podían presentar lo que habían aprendido. Sofía se puso muy emocionada. Cuando fue su turno, se subió al escenario y, en un gesto simbólico, comenzó a hacer una representación.
Aquel día, todo el colegio aprendió a ver más allá de las palabras. Sofía se convirtió no solo en su amiga, sino en un puente que los conectaba de maneras inesperadas.
"Escuchar no solo es con los oídos, sino también con los ojos y el corazón" firmó mientras todos la aplaudían.
Y así, Sofía mostró que la diferencia es solo una oportunidad para brillar y que, a veces, lo que nos hace distintos es lo que realmente nos une.
Desde aquel día, no solo Sofía aprendió a sentirse parte de un grupo, sino que los demás niños aprendieron que la verdadera amistad no conoce límites y que cada uno tiene su propio brillo único en el mundo.
FIN.