Estanislao y el Misterio del Armario
En un pequeño pueblo de Bariloche, donde los pinos se alzaban como gigantes en un mundo helado, vivía Estanislao. Era un niño curioso de diez años, con una imaginación desbordante y una chispa en los ojos que brillaba tanto como las estrellas en la noche. A menudo, después de jugar en el bosque y sentir el crujido de las hojas bajo sus pies, Estanislao se quedaba mirando el cielo nocturno, contemplando las luces ultravioleta que danzaban en el firmamento.
- ¡Qué hermosas son las estrellas! -exclamaba mientras sus amigos se reían y señalaban los luceros.
- Sí, pero... me dan un poco de miedo -admitió su amiga Ana, que siempre le seguía el juego.
Cada noche, después de la cena, Estanislao se retiraba a su habitación, sintiendo un ligero escalofrío recorrer su espalda. No era por el frío de Bariloche, sino por un fenómeno extraño: la puerta de su armario se abría sola. No importaba cuán firme la cerrara, al poco tiempo, la puerta crujía y se abría con un suave chirrido.
Una noche, mientras intentaba dormir con su almohada abrazada, escuchó el familiar ruido de la puerta del armario.
- ¡No otra vez! -murmuró, angustiado. Así que decidió usar un alfiler para mantenerla cerrada. Esa noche, soñó con aventuras, dragones y héroes, pero al despertar, el alfiler había desaparecido y el armario estaba abierto.
- ¡Esto no puede seguir así! -se dijo a sí mismo.
Un día, mientras jugaba con Ana en el pinar, tuvo una idea brillante. - ¿Por qué no investigamos? Tal vez haya un secreto detrás de esa puerta -propuso con entusiasmo.
- ¡Buena idea! -respondió Ana. Así que, armados con linternas y una libreta, decidieron convertirse en exploradores de lo desconocido. Esa noche se prepararon y, en vez de irse a dormir, se sentaron frente al armario con un plan en mente.
- Si hay algo allí, lo descubriremos -dijo Estanislao, sintiéndose valiente.
Cuando la puerta comenzó a abrirse lentamente, ambos niños se miraron con nerviosismo.
- ¡Mira! -exclamó Ana, iluminando con su linterna el interior del armario.
Y lo que encontraron les sorprendió: un mundo diminuto, lleno de luces y criaturas mágicas. Pequeñas hadas revoloteaban alrededor de manteles voladores, y un sapo gordito y amistoso se asomó desde un rincón.
- Hola, ¿quiénes son ustedes? -preguntó el sapo, con voz profunda.
- ¡Nosotros somos Estanislao y Ana, y venimos a explorar! -respondió el niño, perdiendo el miedo de repente.
- Bienvenidos al Reino del Armario, donde los sueños y la imaginación nunca terminan -dijo el sapo, sonriendo.
Estanislao y Ana se aventuraron más dentro, aprendiendo de las hadas sobre la importancia de la amistad y el valor de enfrentar los miedos. Descubrieron que la única razón por la que la puerta se abría sola era porque el reino estaba buscando nuevos amigos para compartir sus maravillas.
Después de una noche llena de aventuras, regresaron a su hogar, prometiendo volver. Desde entonces, la puerta del armario ya no les daba miedo, porque entendieron que a veces, lo desconocido puede ser un lugar maravilloso, lleno de sorpresas.
- ¡Nunca más volveré a usar un alfiler! -rió Estanislao.
- ¡Yo tampoco! -contestó Ana, visionando sus próximas aventuras en el Reino del Armario.
Y así, Estanislao aprendió que el miedo se disipa cuando uno se enfrenta a lo desconocido, y que, a menudo, la imaginación puede abrir puertas hacia lugares increíbles.
FIN.