Esteban y el Jardín de las Virtudes



En un pequeño pueblo lleno de colores y risas, vivía un niño llamado Esteban. Esteban era un niño tímido, le costaba hablar con otros chicos de su edad y, por ende, muchas veces se sentía solo. A pesar de ser un gran amigo de su perro, Bruno, Esteban siempre deseaba hacer nuevos amigos.

Un día, mientras caminaba por el parque, encontró un viejo libro bajo un árbol. Curioso, se agachó y lo abrió. La primera página decía: "El Jardín de las Virtudes". En ese instante, la brisa suave pareció susurrarle al oído, invitándolo a descubrir las maravillas que ese jardín podía ofrecerle.

-Decidido a encontrar este jardín, Esteban se puso en marcha. A medida que avanzaba por el camino, se encontró con una mariposa que revoloteaba a su alrededor. Intrigado, la siguió hasta llegar a una puerta misteriosa cubierta de hiedra.

-¡Hola! –dijo la mariposa, posándose en su hombro–. Yo soy Luna. Bienvenido al Jardín de las Virtudes.

Esteban, sorprendido, titubeó un poco, pero finalmente preguntó:

-¿Qué es el Jardín de las Virtudes?

-Es un lugar mágico donde se cultivan el amor propio, el respeto, la armonía y la paz. Cada virtud tiene su propia sección y tú puedes aprender sobre ellas. ¡Vamos!

Al entrar, Esteban vio plantas florecientes que representaban cada virtud. La primera parada fue en la sección del amor propio, donde un hermoso girasol brillaba con fuerza.

-¿Ves este girasol? –preguntó Luna–. Esto simboliza el amor que debes tener por ti mismo. Todos somos únicos y especiales. No hay razón para compararte con los demás.

Esteban miró a su alrededor y sintió que algo dentro de él empezaba a cambiar. Se acercó al girasol y le murmuró:

-¡Soy especial, y eso está bien!

Contento con su descubrimiento, siguieron al rincón del respeto. Allí había un árbol grande y robusto, con ramas que se entrelazaban, mostrando cómo cada ser necesita del otro para crecer.

-¡Wow, qué árbol tan fuerte! –exclamó Esteban.

-Sí, –dijo Luna–. El respeto es saber valorar a los demás y también a ti mismo. Cuando te respetas, creces como este árbol.

El niño sintió que el respeto era una llave que abría puertas, incluso dentro de su propio corazón. Con cada paso, su timidez se desvanecía un poco más.

Después de aprender sobre el respeto, llegaron al hermoso jardín de la armonía. Esteban escuchó melodías suaves de pájaros y sintió una paz que lo envolvía.

-Esto es lo que se siente cuando hay armonía –explicó Luna–. Es un balance entre tú y el mundo. Cuando hay calma dentro de ti, podrás estar en paz con los demás.

Esteban sonrió al darse cuenta de que había encontrado un lugar donde se sentía seguro y libre para ser él mismo.

Por último, llegaron a la sección de la paz, donde había un pequeño estanque rodeado de flores que parecían bailar con el viento.

-¿Cómo puedo encontrar la paz? –preguntó el niño con curiosidad.

-La paz comienza desde adentro –respondió Luna–. Es importante que aprendas a aceptarte y a aceptar la diversidad en los demás. Cuando entiendes eso, podrás irradiar paz dondequiera que vayas.

Con esta lección en su corazón, Esteban se sintió como un nuevo niño. Recogió una semilla de cada área del jardín, prometiendo plantarlas en su vida cotidiana. Estúpidamente, se despidió de Luna.

-¿Regresaremos aquí alguna vez? –preguntó.

-Claro, siempre que estés dispuesto a aprender –contestó la mariposa antes de volar.

Al salir del jardín, Esteban se sintió diferente. Cuando regresó al parque, decidió intentarlo. Se acercó a un grupo de niños que jugaban a la pelota:

-Hola, ¿puedo jugar con ustedes? –preguntó, sintiendo que su timidez había disminuido.

Los niños lo miraron sorprendidos, pero sonrieron.

-¡Claro! ¡Vení! –respondió uno de ellos.

Esteban comenzó a jugar y, para su sorpresa, se sintió cada vez más a gusto. Se dio cuenta de que llevar el amor propio, respeto, armonía y paz en su corazón lo hacía brillar. Como un girasol, ya no tenía miedo de mostrarse al mundo.

Así, Esteban no solo hizo nuevos amigos, sino que también aprendió que el verdadero valor está en aceptarse a sí mismo, respetar a los demás y crear un ambiente de armonía y paz. Desde ese día, nunca olvidó visitar a Luna en el Jardín de las Virtudes, su refugio de aprendizajes, y cada vez regresaba con más amigos a su lado.

FIN.

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