Esteban y su Primer Día en el Cole
Era un soleado día de primavera y Esteban estaba nervioso. Hoy era un día especial, ¡su primer día de clases! Había estado esperando este momento durante mucho tiempo, pero ahora que había llegado, se sentía un poquito asustado. Su mamá, mientras le acomodaba la mochila, notaba el titubeo en su pequeño rostro.
"No te preocupes, Esteban. ¡Hoy es un gran día! Vas a hacer muchos amigos nuevos y aprender cosas divertidas", le dijo con una sonrisa que iluminaba su rostro.
"Pero mami... ¿y si lloro?" respondió Esteban, con un hilito de voz.
"Si llegas a llorar, yo estaré de vuelta muy pronto. Prometido".
Esteban miró a su mamá y decidió hacer un esfuerzo. Con determinación, se apretó la mochila y le dijo:
"¡Voy a ser valiente!".
Los minutos pasaron velozmente mientras su mamá lo llevaba hasta la escuela. Esteban miraba por la ventana del auto, observando a otros niños jugar y reírse. La emoción comenzaba a crecer en su interior.
Al llegar, el colegio parecía un castillo lleno de risas y colores. Sin embargo, al bajarse del auto y ver cómo otros padres también dejaban a sus hijos, Esteban sintió un nudo en la garganta.
"Mami, tengo un poco de miedo...".
"Está bien, Esteban. Todos los niños sienten un poquito de miedo a veces. Pero piensa en lo divertido que va a ser. Y recuerda, yo volveré antes de que te des cuenta. ¡Te prometo que estaré aquí!".
Con un susurro de esperanza y un fuerte abrazo de su madre, Esteban se acercó a la entrada del colegio. Dentro, un mundo nuevo lo esperaba. Había monitores llenos de colores, juguetes, y un montón de niños gritando y riendo. Pero entre esos gritos y risas, Esteban sintió que era un explorador que había llegado a una tierra desconocida.
De repente, escuchó a alguien llorar. Era un niño más pequeño que él, que estaba sentado solo en una mesa.
"Hola, ¿por qué lloras?" le preguntó Esteban, acercándose.
"Porque mi mami se fue y no quiero que se aleje..." dijo el niño entre sollozos.
Esteban recordó lo que había sentido y se sintió un poco fuerte.
"Yo también tenía miedo, pero mi mamá me dijo que regresará rápido. Nos podemos hacer compañía. ¿Querés jugar conmigo?".
El niño dejó de llorar y su rostro se iluminó un poco.
"¿Vamos a jugar a construir con bloques?".
"¡Sí! ¡Eso suena genial!". Así, juntos empezaron a apilar bloques y pronto, una torre colorida se alzó en la mesa. La risa se hizo más fuerte y otros niños se unieron a ellos. Esteban se sintió como un líder.
El tiempo pasó volando y Esteban se olvidó por completo de que había estado nervioso. Aprendió a pintar, a cantar y hasta a contar hasta diez con sus nuevos amigos.
Cuando llegó el momento de irse, la maestra les dijo que todos podían regresar a casa. Esteban salió con una gran sonrisa, pero también una pizca de tristeza porque se había encariñado con sus nuevos amigos.
"Mami, fui valiente y jugué todo el día. ¡Hice amigos!" exclamó, saltando de alegría.
"¡Eso es maravilloso, Esteban! Estoy tan orgullosa de vos", dijo su mamá, abrazándolo fuerte.
"Y ahora quiero regresar mañana y hacer más torres de bloques con ellos".
"Claro que sí, mi amor. Cada día va a ser una nueva aventura".
Esteban comprendió que ir a la escuela no solo era aprender, sino también compartir risas y crear recuerdos con amigos. Y en ese instante entendió que su mamá siempre volvería, así que no tenía que preocuparse si alguna vez sentía miedo.
Desde aquel día en adelante, Esteban se volvió un gran explorador de la escuela, listo para vivir cada jornada con una sonrisa y valiente ante cualquier desafío.
FIN.