Estela, la niña estrella



Era una vez, en un pueblecito brilloso entre las montañas, una niña llamada Estela. Ella no era una niña común y corriente; tenía una peculiaridad que la hacía especial: cada vez que sonreía, pequeñas estrellas doradas salían de su boca y volaban al cielo, iluminando la noche.

Los habitantes del pueblo la llamaban "Estela, la niña estrella" y la adoraban. Sin embargo, con el tiempo, Estela comenzó a sentirse un poco sola. Aunque todos la querían, ella deseaba tener una amiga que compartiera su peculiaridad.

Un día, mientras paseaba por el bosque, se encontró con un grupo de niños que jugaban a atrapar luciérnagas.

"¡Hola! ¿Podemos jugar con vos?" - le preguntó una niña de trenzas rubias, con una gran sonrisa.

"¡Claro! ¡Me encantaría!" - respondió Estela, emocionada.

Mientras jugaban, Estela decidió que era el momento perfecto para mostrarles su magia. Así que, cuando sonrió, las estrellas doradas comenzaron a salir.

"¡Woooow! ¡Eso es increíble!" - gritaron los niños, ojos desorbitados por la sorpresa.

Pero, muy pronto, Estela notó que no todos estaban felices. En el fondo del grupo, un niño con gafas, llamado Tomás, se mostró escéptico.

"No es justo. Ella tiene estrellas y nosotros no," - dijo Tomás, con una voz llena de desánimo.

Estela sintió un nudo en el estómago y decidió que debía hablar con él.

"¿Por qué pensás que no es justo, Tomás?" - le preguntó al acercarse.

"Porque nunca podré tener algo tan asombroso. Soy solo un niño normal, y that's it" - respondió, mirando al suelo.

Estela pensó en cómo podría ayudar a Tomás a ver su propio valor. Y así, se le ocurrió una idea.

"Tomás, ¿sabías que cada uno de nosotros tiene algo especial?" - le dijo. "No se trata solo de las estrellas; tal vez vos puedas mostrarnos lo que te hace único".

Tomás levantó la vista, intrigado. "¿Cómo? No tengo nada especial".

"Claro que sí. Todo el mundo tiene una chispa especial dentro, solo hay que encontrarla. ¿Te gustaría intentar?" - le propuso.

Tomás dudó un momento, pero vio que todos lo miraban con curiosidad. Con un poco de perseverancia, decidió compartir lo que tanto amaba: su pasión por los animales.

"Puedo imitar los sonidos de diferentes animales. ¡Escuchen!" - dijo Tomás, llenándose de energía. Y comenzó a hacer sonidos de una gallina, luego de un perro y de un gato.

Los niños no podían dejar de reír. ¡Era increíble! Cada imitación era más divertida que la anterior. Estela se unió a ellos, creando estrellas que danzaban en el aire mientras Tomás se convertía en el centro de atención.

A partir de ese día, Estela y Tomás se convirtieron en grandes amigos. Descubrieron que cada uno tenía algo único: Estela iluminaba la noche y Tomás alegraba el día con su talento. Juntos comenzaron a organizar festivales de talentos en el pueblo, donde todos podían mostrar sus habilidades.

Los días pasaron, y el pueblo ya no era el mismo. Cada vez que Estela sonreía y sus estrellas doradas volaban al cielo, todos los niños, incluida Tomás, se esforzaban por mostrar lo que los hacía especiales. Así, aquel lugar se llenó de risas, magia y luces de colores.

Y así, Estela aprendió que ser especial no significa ser diferente, sino encontrar lo que cada uno tiene dentro. Ella brillaba en su propio universo, pero también ayudaba a que otros brillasen en el suyo.

Años después, Estela y Tomás miraban juntos las estrellas, recordando cómo un pequeño gesto de amistad puede iluminar la vida de alguien más.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!
1