Ester y el poder de la amistad



Era un día soleado en el colegio San Martín, y los niños jugaban en el patio. Sin embargo, Ester, una niña dulce y risueña, se sentaba en un rincón. Sus compañeros, en lugar de jugar con ella, la ignoraban y a veces se reían. Ella sentía un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos.

Una tarde, mientras todos disfrutaban de la hora de receso, Ester se sentó en el banco del árbol de álamo, sintiéndose triste. En ese momento, se acercó Lola, una nueva compañera de la escuela, que observaba a Ester desde lejos.

"¿Por qué estás sola?" - preguntó Lola, con curiosidad.

Ester miró hacia abajo, sintiendo que su tristeza era demasiado grande para compartirla.

"No sé... a veces, los chicos no quieren jugar conmigo. Dicen cosas feas..." - respondió Ester con un hilo de voz.

"No deberías dejar que eso te haga sentir mal. A veces, los demás no entienden que lo que hacen duele. Pero yo quiero ser tu amiga," - dijo Lola, sonriendo cálidamente.

A Ester le brillaron los ojos al escuchar eso. Su corazón latía más rápido.

"¿De verdad?" - preguntó Ester, esperanzada.

"Claro que sí. Juguemos juntas y olvidemos lo que dicen los demás. Vamos a hacer nuestras propias reglas!" - exclamó Lola, animada.

Desde ese momento, Ester y Lola se volvieron inseparables. Juntas comenzaron a inventar juegos en los que podían divertirse, y pronto otros niños quisieron unirse. Pero no todos eran amables. Unos días después, un grupo de chicos se acercó, miraron a Ester y Lola, y comenzaron a reírse.

"¿Qué hacen esas dos? ¡Nadie quiere jugar con ellas!" - dijo uno de los chicos.

Ester sintió que su corazón se hundía, pero Lola no se quedó callada.

"A nosotras nos divierte jugar juntas, y no necesitamos la aprobación de nadie. ¡Es más! Pueden unirse si quieren, y si no, también está bien" - respondió Lola, con firmeza.

Los otros niños se quedaron en silencio, sorprendidos por la valentía de Lola. Ester se sintió un poco más fuerte al escucharla, y decidió hacer algo inesperado.

"Amigos, ¿por qué no se unen a nuestro juego? Podemos hacer un torneo de saltos!" - sugirió Ester, animada por la idea de invitar a todos.

"¿Saltos? ¡Eso suena divertido!" - dijo una niña del grupo, y poco a poco, se fueron uniendo a Ester y Lola. En poco tiempo, todos estaban riendo y saltando, olvidando las malas palabras.

Con el paso de las semanas, el grupo de amigos creció. Ester se sentía cada vez más feliz y segura con el apoyo de sus nuevos amigos y especialmente de Lola. Juntas promovieron un lugar donde todos eran aceptados y nadie se sentía solo.

Un día, la maestra se dio cuenta del cambio en el comportamiento del grupo. Decidió hablar con ellos.

"Me alegra verlos tan unidos, ¿podrían contarme qué los hizo unirse?" - preguntó la maestra.

Ester, con una gran sonrisa en el rostro, respondió:

"Lola y yo decidimos que ser amigos es lo mejor, y que nadie tiene que sentirse solo. Si alguien nos quiere hacer sentir mal, nosotros estamos aquí para apoyarnos y seguir jugando... juntos!"

La maestra sonrió, y los niños aplaudieron por el valiente cambio en la actitud.

"Así es, podemos aprender mucho de la amistad. Recuerden, siempre hay espacio para todos en nuestros juegos. ¡Seamos amables!" - concluyó la maestra.

Ester miró a Lola y a todos sus amigos, y por primera vez sintió que la tristeza se había transformado en alegría. Desde aquel día, todos en el colegio San Martín aprendieron a valorar la amistad y a cuidar de los demás. La risa y los juegos nunca faltaron, y Ester nunca volvió a sentir soledad, porque siempre contaría con Lola y su círculo de amigos.

Y así, con valentía y solidaridad, Ester había logrado transformar un momento triste en una oportunidad para crear un espacio lleno de amor y diversión.

Fin.

FIN.

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