Esther y el baile de la amistad


Érase una vez en un barrio tranquilo de Buenos Aires, vivía Esther, una niña de ocho años que era conocida por ser muy tímida en público.

En la escuela, apenas levantaba la voz para contestar a las preguntas de las maestras y se ponía roja como un tomate cada vez que le tocaba hablar frente a sus compañeros. Pero lo curioso de Esther es que en casa era todo lo contrario.

Cuando llegaba del colegio, se transformaba en una bailarina increíble y no paraba de reír y divertirse con su familia. Bailaba al ritmo de la música que sonaba en la radio, inventando pasos y movimientos muy creativos que dejaban boquiabiertos a sus padres y hermanos.

Un día, durante el recreo en la escuela, mientras Esther observaba a los demás niños jugar felices en el patio, se acercó a ella Martina, una compañera nueva que acababa de llegar al colegio.

Martina era extrovertida y carismática, todo lo contrario a Esther. - ¡Hola! ¿Quieres venir a jugar con nosotras? -le preguntó Martina con una sonrisa. Esther sintió un nudo en el estómago ante la idea de tener que interactuar con personas desconocidas.

Sin embargo, algo en la mirada amable de Martina le hizo sentirse cómoda. - E-emm... sí, ¡gracias! -respondió tímidamente Esther. Y así comenzó una linda amistad entre Esther y Martina.

Poco a poco, Martina fue ayudando a Esther a vencer su timidez animándola a participar más en las actividades escolares y presentándole nuevas amistades.

Un día, durante una fiesta del colegio donde todos los alumnos debían preparar una actuación especial, Martina propuso hacer una coreografía de baile junto con Esther frente a toda la escuela. Al principio, Esther dudó mucho ante la idea de actuar frente a tantas personas. Pero recordando cómo disfrutaba bailando en casa sin preocuparse por nada más que divertirse, decidió aceptar el desafío.

Llegó el día de la actuación y Esther estaba nerviosa pero decidida. Cuando subieron al escenario junto con Martina y empezó a sonar la música, algo mágico sucedió: Esther se soltó por completo.

Sus pies comenzaron a moverse al compás de la música mientras su rostro se iluminaba con una gran sonrisa. El público quedó impresionado al verla bailar tan feliz y segura de sí misma.

Al finalizar la actuación, todos aplaudieron emocionados y Esther sintió un cálido abrazo de orgullo por parte de Martina. Desde ese día, Esther entendió que su timidez no debía limitarla sino motivarla para superarse cada día más.

Aprendió que ser valiente no significa no tener miedo sino enfrentarlo con coraje como había hecho durante aquella actuación. Y así fue como Esther descubrió que podía brillar tanto dentro como fuera de casa; solo necesitaba creer en sí misma y atreverse a mostrarle al mundo su verdadera luz interior.

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