Esther y el Gran Desorden



Era un día soleado en la casa de Esther, una niña de seis años que disfrutaba de cada rincón de su hogar. A Esther le encantaba ordenar sus juguetes, poner cada cosa en su lugar y hacer de su habitación un lugar acogedor. Su fiel compañero en esta tarea era Bigotes, su travieso perrito, que siempre la seguía con su cola moviéndose sin parar.

Un día, mientras Esther estaba organizando sus bloques de colores, Bigotes decidió jugar. Con un salto rápido, derribó una torre de bloques que Esther había construído habilidosamente.

- ¡Bigotes! - exclamó Esther entre risas - ¿Por qué siempre tienes que desordenar lo que intento organizar?

- Guau, guau! - ladró Bigotes como si estuviera preguntando por qué era tan divertido.

Esther no podía enojarse con su perrito. Así que, en lugar de eso, decidió que era el momento perfecto para invitar a su amigo a jugar con ella, pero primero, tenía que ordenarle las cosas.

- Bueno, Bigotes, ¿qué tal si hacemos un juego? Vamos a ver quién puede ordenar primero estos juguetes - propuso Esther.

- Guau, ¡Sí! - pareció decir Bigotes con un ladrido emocionado.

Ambos comenzaron a organizar los juguetes. Esther rápidamente agrupó los bloques por colores, mientras que Bigotes se dedicó a empujar sus pelotas de un lado a otro, haciendo que algunos juguetes volaran por el aire.

- ¡Cuidado! - gritó Esther entre risas, intentando detener a su perrito travieso. Bigotes se puso a correr detrás de la pelota y, cuando la atrapó, se la trajo a Esther como si fuera un trofeo.

- ¡Muy bien, Bigotes! - aplaudió Esther, - Eres un campeón, pero necesitamos concentrarnos en el orden.

De repente, su mamá apareció en la habitación, mirando asombrada la escena.

- ¿Qué pasa aquí? - preguntó su mamá, con una sonrisa en el rostro.

- Estamos jugando a ordenar, mama. - respondió Esther entusiasmada. - Pero creo que a Bigotes le gusta más desordenar que ordenar.

- Bueno, a veces, hacer cosas juntos puede ser un poco caótico, pero también es divertido - dijo su mamá. - Y con un poco de paciencia, se puede lograr un hermoso lugar.

Esther se dio cuenta de que, aunque Bigotes era un pequeño desastrego, su travesura hacía que la tarde fuera mucho más divertida.

Cuando terminaron de jugar y ordenar, Esther se sintió orgullosa de su habitación, ahora reluciente y limpia.

- ¡Mirá, Bigotes! - dijo Esther mirando a su alrededor. - Lo logramos. ¡El lugar está hermoso!

Bigotes, satisfecho, se tumbó al lado de Esther, agotado por tanto correr y jugar.

- Guau, ¡gran equipo somos! - dijo Esther mientras acariciaba su suave pelaje.

Desde ese día, Esther aprendió que, aunque no todo podía ser completamente ordenado cuando se estaba divirtiendo, siempre se podía encontrar la forma de disfrutar el momento, y que lo importante era compartirlo con quienes más quería, como su travieso amigo Bigotes. Y así, todos los días, trabajaban juntos entre risas y juegos, convirtiendo el orden en algo divertido.

Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!