Eugenia y el Arcoíris de la Amistad
Érase una vez, en un pequeño pueblo argentino, una preceptora llamada Eugenia. Ella era morocha y siempre sonreía, lo que iluminaba el aula donde enseñaba a los chicos. Eugenia tenía una particular pasión por los colores y la diversidad; le encantaba pintar y crear cosas hermosas para compartir con sus alumnos.
Un día, Eugenia decidió organizar un concurso de arte en la escuela. Los niños debían crear un mural que representara la amistad y la diversidad.
"¡Vamos a hacer un mural gigantesco!" - exclamó Eugenia, emocionada. "Quiero que cada uno de ustedes aporte su color favorito. ¡La diversidad es lo que hace que nuestra vida sea tan hermosa!"
Los chicos estaban entusiasmados. Cada uno empezó a pensar en su color favorito. Algunos apuntaron al verde que representaba la esperanza, otros al amarillo por la alegría y varios eligieron el azul por la tranquilidad. Pero había un nene, Pablo, que era un poco más tímido. Él pensó en el negro porque, según él, era el color de la elegancia.
"Eugenia, me gustaría usar negro en el mural, pero creo que a nadie le va a gustar" - dijo Pablo con voz temblorosa.
Eugenia se acercó a él y le dijo:
"Pablo, el negro es un color muy importante. A veces, con el negro se pueden crear cosas sorprendentes. ¿Ves este lugar?
Aquí hay sombras que ayudan a que los colores brillen. ¡Tu aporte hará que el mural sea más especial aún!"
Con esas palabras, Pablo comenzó a sentirse más seguro. Mientras tanto, los otros niños estaban eligiendo sus colores y compartiendo ideas. Todo el salón estaba lleno de risas y emoción.
Al llegar el día del mural, cada niño llevó su pintura y juntos comenzaron a trabajar. Se hicieron juntos, pintaron flores, animales, y muchos símbolos que representaban la amistad.
El tiempo pasaba rápido, y cuando llegó el momento de agregar el negro de Pablo, todos miraron un poco extrañados, pero Eugenia los animó:
"¡Vamos a ver cómo se ve!"
Pablo pintó con mucho cuidado. Pronto, el negro empezó a dar profundidad al mural, creando sombras que ofrecían un contraste precioso con los colores vibrantes.
"¡Miren eso!" - gritó una nena, sorprendida.
"¡Pablo hace que todo se vea más interesante!"
Al finalizar, los chicos miraron el mural y se dieron cuenta de que cada color tenía su lugar y su importancia.
"Eugenia, ¡es increíble!" - dijo Pablo, con una sonrisa de orgullo.
"Gracias por creer en mí" - añadió.
Eugenia sonrió y respondió:
"Así como este mural, cada uno de ustedes es único y especial. Siempre hay un lugar para cada uno en el mundo gracias a quien somos."
El mural fue un gran éxito, y todos los padres y maestros del pueblo vinieron a verlo. Al final, la escuela decidió dejarlo allí como símbolo de unión y amistad.
Y así, en aquel pequeño pueblo, los colores del mural no solo adornaron la escuela, sino que también enseñaron a los chicos que la diversidad enriquece nuestras vidas. La amistad, la aceptación y el respeto por lo diferente comenzaron a florecer, tan bellamente como aquel mural, lleno de colores y lleno de amor.
Y Eugenia siguió siendo la preceptora que inspiró a sus alumnos a brillar como los colores del arcoíris.
Fin.
FIN.