Explorando con Abuela Meche



Había una vez en Asturias, en una casita rodeada de naturaleza y animales, vivían los abuelos de Camila. La pequeña, con sus rizos dorados y ojos curiosos, disfrutaba cada verano de visitarlos y explorar la montaña.

Una mañana soleada, Camila despertó emocionada por un nuevo día de aventuras en el campo. Se levantó temprano y corrió hacia la cocina donde su abuela Meche preparaba el desayuno.

"¡Buenos días, abuela Meche! ¿Podemos ir al campo hoy? Quiero levantar piedras y buscar animalitos bajo ellas", dijo Camila con entusiasmo. La abuela sonrió cariñosamente ante la propuesta de su nieta y aceptó encantada. Juntas se prepararon con sus sombreros, botas y una cesta para recolectar tesoros del suelo.

Caminaron por senderos verdes entre vacas pastando y caballos trotando a lo lejos. El aire fresco llenaba sus pulmones mientras el sol acariciaba sus rostros. Finalmente llegaron a un prado cubierto de piedras grandes y lajas grises.

Camila se agachó emocionada e empezó a levantar las piedras una por una, buscando insectos curiosos debajo de ellas. Encontraron lombrices gordas que se retorcían, mariquitas coloradas que revoloteaban y hasta pequeñas arañas tejiendo telarañas.

"¡Mira abuela Meche! ¡Encontré un escarabajo brillante!", exclamó Camila mostrando su hallazgo con alegría. La abuela observaba orgullosa a su nieta exploradora y le enseñaba los nombres de cada criatura que descubrían juntas.

Camila aprendía sobre la importancia de respetar a todos los seres vivos que habitan en la naturaleza.

De repente, al levantar una piedra más grande de lo habitual, ambas vieron algo inesperado: ¡un pequeño sapo saltó asustado revelando su escondite!"¡Qué sorpresa! Nunca habíamos encontrado un sapito antes", dijo la abuela Meche maravillada. Camila sonreía radiante mientras observaba al sapo moverse ágilmente con sus patitas húmedas. Con cuidado lo dejaron volver a su hogar natural bajo la piedra para no interrumpirlo más.

Después de horas explorando juntas, reagarrando tesoros del campo y compartiendo risas cómplices, regresaron a casa con la cesta llena de recuerdos preciosos. La puesta del sol teñía el cielo de tonalidades anaranjadas mientras las montañas se vestían lentamente de sombras nocturnas.

En la cena, Camila relató emocionada todas las aventuras del día a sus abuelos quienes escuchaban atentamente cada detalle como si fuera el relato más emocionante del mundo.

Esa noche, antes de dormir en su acogedora habitación llena de estrellas fugaces pintadas en el techo por su abuelo artista; Camila cerró los ojos sintiéndose plena y feliz por haber vivido un día tan especial junto a quien más quería en el mundo: su abuela Meche.

Y así continuaron las vacaciones en Asturias entre risas cómplices, descubrimientos asombrosos bajo las piedras del campo y amor incondicional que solo une a una nieta curiosa con su dulce abuela aventurera.

FIN.

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