Explorando la Selva con Lúa
Lúa era una niña curiosa y valiente que vivía en medio de la selva junto a su padre, un explorador apasionado por la naturaleza.
Un día, mientras caminaban por el espeso bosque, escucharon unos gritos desesperados que provenían de un pequeño monito atrapado en las garras de una enorme boa. - ¡Papá, tenemos que hacer algo! -exclamó Lúa con preocupación al ver la escena.
Sin dudarlo ni un instante, su padre se acercó sigilosamente hacia la boa mientras Lúa observaba atentamente desde lejos. Con movimientos rápidos y precisos, logró distraer a la serpiente lo suficiente como para liberar al indefenso monito. - ¡Corre, pequeño! ¡Vete a salvo! -le dijo el padre del animal salvándolo justo a tiempo.
El monito no lo pensó dos veces y se alejó corriendo ágilmente entre los árboles. Agradecido, se detuvo por un momento y miró fijamente a Lúa y su padre antes de desaparecer en la frondosidad del bosque.
- Papá, ¿por qué crees que la boa quería comerse al monito? -preguntó Lúa con curiosidad. Su padre se agachó frente a ella y le explicó: "En la selva todos los animales buscan comida para sobrevivir.
La boa es una cazadora natural que necesita alimentarse de otros animales para vivir". Lúa asintió con comprensión pero aún tenía una inquietud en su corazón.
Decidió seguir explorando junto a su padre en busca de respuestas sobre el equilibrio entre depredadores y presas en el ecosistema selvático. Días más tarde, durante otra expedición por la selva, Lúa y su padre se encontraron nuevamente con el monito salvado de las garras de la boa.
Esta vez estaba acompañado por varios amigos simios que parecían estar muy contentos. - ¡Hola amigos! ¿Cómo están? -saludó Lúa emocionada al verlos tan felices. Los monitos rodearon a Lúa y empezaron a comunicarse con ella mediante gestos amigables. Parecía como si quisieran mostrarle algo importante.
De repente, uno de ellos señaló hacia un árbol cercano donde divisaron una familia de boas descansando juntas bajo sus ramas. - ¿Qué quieren decirnos? -preguntó intrigada el padre de Lúa al notar el comportamiento peculiar de los monitos.
Entonces uno de los simios más grandes se acercó lentamente hacia él y extendió sus brazos mostrando marcas rojas en su piel. El hombre entendió al instante: las boas no eran solo depredadoras sino también protectores del territorio donde habitaban los simios.
Conmovidos por esta revelación inesperada, Lúa y su padre reflexionaron sobre la importancia de respetar todas las formas de vida en la selva sin prejuicios ni temores infundados.
A partir de ese día, prometieron cuidar no solo a los animales indefensos sino también comprender mejor el delicado equilibrio natural que sostenía toda forma vida en aquel mágico lugar.
FIN.