Ezequiel Guttero y el Barco Sin Puertas



En un pequeño puerto de un lugar olvidado por el tiempo, había un barco peculiar llamado "El Susurro del Mar". Este barco era muy especial, ya que su capitán, Ezequiel Guttero, tenía una particularidad asombrosa: nunca dormía. Con un brillo en sus ojos y una sonrisa en su rostro, Ezequiel pasaba las noches estrelladas observando el horizonte y contando historias a las olas. La tripulación del barco era escasa, y nunca había un solo momento sin la presencia del mar, que parecía susurrarle secretos a su oído.

Una noche, mientras las estrellas titilaban como pequeños diamantes en el cielo, Ezequiel se dio cuenta de que su amigo Ernesto Romberg, un hombre solitario que vivía en una casa sin puertas, había estado más callado de lo habitual. Ernesto era conocido por su curiosidad y amor por la noche, pero últimamente había desarrollado una costumbre extraña: siempre se quedaba en casa, observando las sombras en lugar de explorar las maravillas del mar. Ezequiel decidió que era hora de invitar a su amigo a una aventura.

"Ernesto, ¿por qué no venís a navegar una noche conmigo? ¡El mar está esperando!" - le dijo Ezequiel, con su voz llena de entusiasmo.

Ernesto asomó su cabeza por la ventana.

"¡No puedo, Ezequiel! Ya no sé qué es la aventura, estoy atrapado en mis pensamientos nocturnos". - le respondió.

Ezequiel, al escuchar esto, pensó que era el momento perfecto para cambiar esa situación. Sin dudar un segundo, se subió a su barco y zarpó hacia la oscuridad del océano, dispuesto a demostrarle a su amigo que aún había muchas maravillas por descubrir.

Pasaron las horas y mientras la luna iluminaba la travesía, Ezequiel se encontró con una nube de luces centelleantes. Eran las luciérnagas del mar, un fenómeno que nunca había visto antes.

"¡Mirá, Ernesto! ¡Son luces que nos guían en esta aventura!" - exclamó Ezequiel emocionado.

Pero Ernesto, aún atado a su soledad, sólo podía observar desde la orilla.

"No sé, Ezequiel. Eso parece peligroso". - respondió un poco escéptico.

Ezequiel decidió que no podía rendirse.

"Escuchame, amigo. Las mejores aventuras a veces empiezan donde menos lo esperamos. ¡Vení, subite!" - lo invitó de nuevo con esperanza.

Ernesto comenzó a sentirse intrigado. Con un poco de temor, pero también de curiosidad, finalmente aceptó la invitación y corrió hacia el barco.

Lo que empezó como una noche cualquiera pronto se transformó en un viaje inolvidable. Ezequiel le mostró a Ernesto cómo vivir el momento, disfrutar de la brisa fresca y cantar bajo el cielo estrellado.

"¡Esto es increíble!" - gritó Ernesto mientras navegaban.

"¡Te dije que detrás de cada sombra hay una luz esperando ser descubierta!" - respondió Ezequiel, sintiéndose realizado.

Juntos, comenzaron a reconocer que el miedo a lo desconocido podía transformarse en una experiencia maravillosa.

Al día siguiente, el amanecer extendió sus brazos dorados sobre el mar y llenó el aire con un aroma nuevo. Ernesto se dio cuenta de que había estado encerrado en su soledad sin darse cuenta de todo lo que lo rodeaba.

"Ezequiel, gracias por abrirme los ojos. A veces, sólo necesitamos un amigo que nos lleve a descubrir nuestras propias estrellas". - le dijo, y Ezequiel sonrió al escuchar esas palabras.

Con el tiempo, el barco de Ezequiel se convirtió en el refugio de Ernesto, quien comenzó a salir de su casa sin puertas y descubrir que, con un poco de valentía, siempre hay un nuevo horizonte por explorar.

"¡Vamos a seguir navegando! El mar está lleno de misterios por descubrir" - exclamó un día Ernesto, decidido a vivir más aventuras con su amigo.

Y así, el barco "El Susurro del Mar" nunca dejó de navegar, llenando de risas y sueños las noches estrelladas y permitiendo que cada sombra se convirtiera en una historia por contar, recordando siempre que la vida es mejor compartida.

FIN.

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