Ezequiel y la lección del respeto



Ezequiel era un niño muy travieso que vivía en un tranquilo barrio. Su diversión favorita consistía en patear las puertas de las vecinas mientras gritaba: "¡Llegó el tornado Ezequiel!". Aunque todos se reían en el momento, no sabía que sus travesuras no eran tan divertidas para los adultos.

Un día, mientras estaba en su misión de dar patadas a las puertas, Ezequiel se encontró con Tomás, el hijo de Doña Rosa, una de las vecinas más queridas del barrio.

"¡Ezequiel! ¿Qué estás haciendo?" - le preguntó Tomás, mientras se asomaba detrás de una planta.

"¡Es un juego, Tomás! ¡Mirá cómo me divierto!" - respondió Ezequiel mientras lanzaba una patada muy fuerte.

Sin embargo, esa patada terminó siendo más fuerte de lo que pensaba, y la puerta no solo sonó fuerte, sino que hizo un pequeño rasguño.

Tomás frunció el ceño.

"Eso no es divertido, Ezequiel. La puerta se puede romper y Doña Rosa puede enojarse mucho."

Ezequiel soltó una risa burlona.

"¿Y a mí qué? ¡Yo solo quiero jugar!"

Pero Tomás no se quedó atrás. Después de todo, él no iba a permitir que su amiga Doña Rosa se preocupara por un niño travieso. Así que, de repente, se le ocurrió una idea.

"¿Sabés qué, Ezequiel?" - dijo Tomás con una sonrisa astuta. "Si te atrapo, tendrás que ayudarme a limpiar la casa de Doña Rosa. Y si no me atrapas, pues yo te ayudaré a seguir pateando puertas, pero con respeto."

Ezequiel, intrigado, aceptó el desafío. Uno, dos, tres, comenzó a correr y Tomás lo siguió. Sin embargo, Ezequiel era muy rápido y logró esquivar a Tomás un par de veces. Finalmente, en una jugada astuta, Tomás lo atrapó por la camiseta y le dijo:

"¡Te atrapé! ¡Ahora a limpiar!"

Ezequiel no estaba muy emocionado, pero aceptó la derrota, así que ambos decidieron ir a la casa de Doña Rosa.

Mientras limpiaban juntos, Ezequiel empezó a escuchar historias sobre la vida de Doña Rosa y cómo siempre había sido amable con todos los niños del barrio.

"¿Sabés? A veces cuando pateas las puertas haces sentir a los demás incómodos. Las personas también tienen sentimientos, Ezequiel."

Ezequiel, todavía con la escoba en la mano, miró a Tomás y preguntó:

"¿Sentís que le hice daño a Doña Rosa?"

Tomás asintió.

"Sí, y si seguimos así, quizás ella ya no quiera vernos más por aquí. Pero si le pedimos disculpas y prometemos trabajar juntos para que el barrio sea un mejor lugar, seguro la haremos sonreír otra vez."

Ezequiel comprendió la importancia de sus acciones y decidió que querían hacer algo bueno.

Así que al finalizar la tarea de limpieza, Ezequiel y Tomás fueron a la puerta de Doña Rosa. Ezequiel dio un paso adelante y, aunque estaba nervioso, dijo:

"Doña Rosa, me disculpo por patear tu puerta. No estaba pensando en lo que podía hacerte sentir. No volverá a suceder."

Doña Rosa se asomó, y tras un momento de silencio, sonrió.

"¡Ezequiel! Gracias por tu sinceridad. Todos cometemos errores y lo importante es aprender de ellos. ¿Quieres venir a tomar limonada?"

Ezequiel sonrió de oreja a oreja, sabiendo que había aprendido una valiosa lección sobre respeto y amabilidad.

Desde ese día, en lugar de patear puertas, decidió usar su energía en juegos más positivos, como ayudar a sus vecinos o jugar al fútbol en el parque. Y cada vez que pasaba por la casa de Doña Rosa, se aseguraba de decirle:

"¡Hola, Doña Rosa! ¡Que tenga un lindo día!"

Y así, Ezequiel no solo se convirtió en un mejor niño, sino que hizo nuevos amigos y llenó el barrio de risas y respeto.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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