Fátima y el Nuevo Colegio



Fátima llegó a su nuevo colegio con una mezcla de emoción y nervios. Era de un país vecino y todo lo nuevo la hacía sentir un poco fuera de lugar. Al entrar al aula, observó a sus compañeros, muchos de los cuales se reían y hablaban entre ellos. Ella tomó una respiración profunda y se acercó al grupo de niños que parecía más amigable.

"Hola, soy Fátima" - dijo con una sonrisa.

Algunos niños respondieron, pero uno de ellos, llamado Lucas, frunció el ceño.

"¿De dónde sos?" - preguntó con voz despectiva.

Fátima sintió como si un frío recorriera su espalda.

"Soy de... de un país vecino" - respondió tímidamente.

"Ah, claro, otra más que viene a invadir nuestro país" - se burló Lucas, haciendo que algunos compañeros rieran. Fátima se sintió triste, como si una nube gris se hubiera posado sobre ella.

Intentó ignorar el comentario y se sentó en su nuevo escritorio. Aunque sus compañeros hablaban y jugueteaban, ella se sintió sola. Durante el recreo, decidió explorar el patio. Allí vio a un grupo de niños jugando a la pelota.

"¿Puedo jugar?" - preguntó Fátima, un poco dubitativa.

"No sé, no habrás jugado nunca, ¿no?" - respondió una niña llamada Mía, mirándola con desconfianza.

Fátima, aunque decepcionada, se sentó en una esquina a observar. Sin embargo, había un niño en el grupo llamado Tomás que la miraba con curiosidad.

"¿Y por qué no? Podría intentar, ¿no?" - dijo Tomás, y se acercó a Fátima.

"Sí, me gusta jugar al fútbol en mi país, aunque aquí todos son más grandes y rápidos" - contestó Fátima, sonriendo un poco.

Tomás le sonrió y la invitó a unirse.

"Vení, probá. ¡No importa si no sos la mejor!" - le dijo, lo que hizo que la cara de Fátima se iluminara.

Fátima se unió al juego y, aunque al principio tropezó varias veces, todos se fueron acostumbrando a ella. Con el tiempo, fue demostrando su habilidad y el grupo se animó a alentarla.

"¡Bien, Fátima! ¡Eso fue genial!" - gritó Mía, cuando Fátima anotó un gol. Miró sorprendida a sus compañeros y a ella misma.

"Gracias, ¡ustedes son muy buenos!" - respondió feliz.

La tarde avanzó, y aunque al principio se sentía un poco fuera de lugar, comenzó a darse cuenta de que estaba haciendo amigos. Lucas, quien había sido tan despectivo, la invitó a su cumpleaños al final de la semana.

"Perdón, Fátima, a veces soy un poco tonto. Te quería invità para que vengas a casa y jugues" - mencionó Lucas, sin saber muy bien cómo reaccionar.

Fátima no podía creérselo.

"¡Claro! Me gustaría un montón!" - respondió entusiasmada.

El día del cumpleaños, Fátima llevó un juego de mesa que era popular en su país, lo que sorprendió a todos.

"¿Cómo se juega?" - preguntó Mía.

Fátima explicó las reglas, sonriendo al ver que todos se interesaban. Pronto, el ambiente se llenó de risas y alegría. Mía y Tomás vieron el juego con gran atención, mientras Lucas ayudó. Al final del día, todos estaban cansados pero contentos.

Al salir de la fiesta, Fátima se sintió acogida. Lucas se acercó a ella.

"Te pido disculpas de nuevo. A veces no pienso lo que digo. Estoy feliz de que seas parte de nuestra clase" - dijo, poniéndose la mano en la nuca, un poco avergonzado.

"Gracias a todos ustedes, me siento como en casa" - contestó Fátima.

Con el tiempo, Fátima pasó a ser parte del grupo. Lucas, Mía, Tomás, y los demás aprendieron que las diferencias no representan un obstáculo para la amistad. Juntos, exploraron nuevas actividades, compartieron juegos y, lo más importante, aprendieron a valorarse mutuamente.

Así, Fátima no solo encontró un nuevo colegio, sino un nuevo hogar y un grupo de amigos que la hicieron sentir muy especial. Todos dejaron a un lado los prejuicios y vivieron aventuras inolvidables juntos, aprendiendo que la amistad no conoce fronteras.

FIN.

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