Fausto y su hermanito en el mundo del fútbol
En un barrio lleno de colores y risas, vivía Fausto, un niño de ocho años que amaba el fútbol más que nada en el mundo. Cada tarde, después de hacer sus tareas, se reunía con sus amigos en la plaza para jugar. Su meta era convertirse en un gran jugador y, quizás, jugar en la selección algún día.
Un día, mientras pateaba la pelota hacia la portería improvisada, su mamá lo llamó desde la casa. "¡Fausto! Ven, quiero contarte algo importante"-, dijo con una sonrisa que iluminaba su rostro.
Intrigado, Fausto se acercó. "¿Qué pasa, mamá?"- preguntó curioso.
"Vas a ser hermano mayor. ¡Vamos a tener un hermanito!"- anunció su mamá, llenando de alegría a Fausto. Sin embargo, también sintió un pequeño miedo: "¿Y si no le gusta el fútbol como a mí?"-
Con el tiempo, Fausto se fue acostumbrando a la idea de ser hermano mayor. A pesar de sus dudas, nunca dejó de jugar al fútbol. Un día, mientras practicaba sus tiros libres, decidió que su hermanito necesitaría aprender a jugar.
"Voy a enseñarle todos mis trucos cuando nazca"-, pensó, feliz.
Pasaron los meses, y Fausto ayudaba a su mamá en todo lo que podía. "Mamá, ¿puede el bebé escuchar la música del fútbol?"-, preguntó un día. Su mamá sonrió. "Claro, Fausto. ¡Déjale saber que lo esperarás con un balón!"-
El día finalmente llegó, y Fausto conoció a su hermanito, a quien le pusieron el nombre de Mateo. Cuando lo vio, sintió un gran amor pero también una nueva preocupación.
"¿Y si no le gusta el fútbol?"-, se preguntó una y otra vez. Sin embargo, se prometió ser el mejor hermano mayor que pudiera ser.
Días después, mientras la familia hacía una reunión con amigos, Fausto tuvo una idea. "¡Voy a organizar un partido en el jardín!"- Y así fue como invitó a todos sus amigos. Preparó todo con mucha emoción y decoró el lugar con globos de colores.
El día del partido, Fausto estaba más emocionado que nunca. "¡Vamos a jugar un gran partido!"- gritó. Todos los amiguitos llegaron, y aunque Mateo era muy chico, Fausto se atrevió a llevarlo en brazos al campo de juego.
"Así es como se juega a la pelota, Mateo. Vas a ser el mejor jugador de todos"-, le dijo mientras le mostraba cómo patear el balón. Pero, de repente, la pelota salió disparada y un perro comenzó a correr tras de ella.
"¡Nooo!"- gritó Fausto. Todos comenzaron a reírse mientras el perro buscaba la pelota. Pero en medio de la diversión, el perro alzó la pata y, sin querer, le dio un empujón a Mateo, tirándolo hacia la suave alfombra del jardín. Fausto corrió asustado.
"¡Mateo! ¿Estás bien?"- preguntó nervioso. El pequeño rió. Fausto se sintió aliviado y, al mirarlo sonreír, se dio cuenta de que Mateo podría ser un gran compañero.
Después del susto, todos jugaron felices. Fausto se dio cuenta de que no importaba si a su hermano le gustaba el fútbol o no, lo importante era compartir momentos de alegría juntos.
Al final del día, cuando todos se fueron y la casa quedó en silencio, Fausto abrazó a Mateo y le susurró: "¡Prometo enseñarte a jugar, pero primero vamos a disfrutar cada momento juntos!"-
Así, en su corazón, Fausto entendió que, sin importar hacia dónde lo llevara la vida, siempre tendría a su hermanito a su lado, compartiendo risas y aventuras. Y quizás un día, cuando Mateo fuera más grande, jugarían juntos en la plaza, persiguiendo un sueño de gol.
Desde entonces, Fausto no solo se convirtió en un gran hermano, sino también un mejor amigo, listos para enfrentar cualquier desafío juntos. Y así, la amistad entre ellos creció, como el amor por el juego de fútbol que unía a los hermanos en un vínculo intenso y eterno.
FIN.