Fede y las Piedras Mágicas
Era un hermoso día de primavera en el barrio de Fede. Con su gorra al revés y sus zapatillas desatadas, Fede salió a jugar con sus amigos. Ese día, decidieron hacer algo diferente.
- ¿Qué te parece si jugamos a las escondidas? - propuso Fede.
- ¡Genial! - respondió Ana, su mejor amiga.
- Yo cuento primero - dijo Joaquín, el más travieso de la banda.
Los chicos se dispersaron rápidamente, cada uno buscando un lugar para esconderse. Fede decidió ocultarse detrás de un gran árbol en el parque. Mientras contaba hasta veinte, notó algo brillante entre las raíces del árbol.
- ¡Un momento! - se dijo a sí mismo.
- Un segundo...
Fede se agachó y sacó una piedra brillante, diferente a cualquier otra que había visto. Era de un color azul intenso con destellos dorados. Aquel objeto lo tenía intrigado.
Terminó de contar y salió en busca de sus amigos.
- ¡Listos o no, allá voy! - gritó mientras comenzaba su búsqueda.
Primero encontró a Ana, que había intentado esconderse tras un arbusto que estaba demasiado pequeño para ella.
- Te vi cuando llegaste a la esquina - rió Fede, y los dos comenzaron a buscar a Joaquín.
Mientras tanto, Fede no podía dejar de mirar la piedra.
- ¿Qué será esta cosa? - murmuró.
Finalmente, encontraron a Joaquín detrás de un coche.
- ¡Qué suerte que te encontramos! - dijo Fede aliviado. Sin embargo, la atención de Fede seguía en la piedra.
- Che, Fede, ¿otra vez soñando despierto? - lo interrumpió Joaquín.
- No, miren esta piedra que encontré. Es mágica. -
- ¡No digas pavadas! - respondió Ana.
- ¿Cómo sabés que es mágica? - le preguntó Joaquín, curioso.
Fede se animó a explicar.
- Pienso que si la toco mientras deseo algo, tal vez se cumpla. -
- Probaremos, entonces. - dijo Ana en tono desafiante.
Así, los tres amigos se sentaron en círculo y Fede comenzó.
- Deseo que este momento nunca termine. - dijo y tocó la piedra.
De repente, el lugar comenzó a transformarse.
- ¡Mirá! - gritó Ana al ver que el parque se llenaba de luces y colores.
- ¡Esto es increíble! - exclamó Joaquín.
Sin embargo, no todo era diversión y alegría.
- Esperen... - dijo Fede, preocupado.
- Algo no se siente bien.
Las luces comenzaron a girar y a descontrolarse.
- ¡Ay no! ¿Qué hicimos? - gritó Ana, mirando alrededor, muy asustada.
- Deberíamos volver a desear lo normal. - sugirió Joaquín.
Fede, con la piedra en mano, cerró los ojos y concentrándose dijo con firmeza.
- Deseo que volvamos a la normalidad.
En un instante, todo volvió a la calma.
- Uff, ¿qué pasó? - preguntó Joaquín, aliviado.
- Creo que la magia de la piedra es demasiado fuerte. - respondió Fede.
- Tal vez no deberíamos jugar con cosas que no comprendemos.
- Tienes razón; aprendimos que a veces es mejor no jugar con lo desconocido. - asumió Ana.
Fede miró la piedra una vez más.
- Creo que sé qué hacer con ella. - y decidió devolverla a su lugar en el árbol.
- Así no correremos más riesgos. -
Los tres amigos acordaron que a veces lo más emocionante eran las pequeñas aventuras cotidianas y no necesitaban cosas mágicas para disfrutar.
- Que divertido estuvo todo, pero me parece que el próximo juego será solo en el parque. - concluyó Joaquín, y los tres estallaron en risas.
A partir de aquel día, Fede, Ana y Joaquín aprendieron a valorar su amistad y a explorar la magia que había en lo cotidiano, sin la necesidad de piedras especiales ni deseos descontrolados.
Volvieron a sus juegos en el parque, pero esta vez con un brillo nuevo en sus ojos: la alegría de vivir el momento.
Y así, Fede y sus amigos aprendieron que a veces lo mágico está en la amistad y en disfrutar de la vida.
Fin.
FIN.