Felipe el cangrejo y la lección del respeto
En lo profundo del océano, vivía un cangrejo llamado Felipe. Aunque el sol brillaba en lo alto, Felipe estaba enojado. Había tenido una pelea con los peces, ya que él quería comerse a sus preciosos peces bebé.
Decidido a saciar su apetito, Felipe se deslizó sigilosamente entre las algas y aprovechó la oscuridad de la noche para acechar a los indefensos peces bebé. Sin embargo, al amanecer, los peces adultos se despertaron alarmados al no encontrar a sus pequeños. Nadie sabía qué les había sucedido.
La noticia de la desaparición de los peces bebé llegó a todos los rincones del océano. Los animales marinos estaban consternados y tristes por lo sucedido. La mamá pez, llamada Margarita, estaba destrozada y rogaba a todos que la ayudaran a encontrar a sus crías.
Felipe, el cangrejo, observaba desde lejos la angustia de los peces. En su interior, algo empezó a removerse. Comenzó a sentir una especie de arrepentimiento por sus actos. Le invadió un sentimiento de culpa al ver el sufrimiento de Margarita y los demás peces.
Decidió ir a hablar con ellos, nadando lentamente hasta llegar al arrecife donde vivían los peces. Al acercarse, todos lo miraron con recelo y enojo. Pero Felipe, con humildad, les pidió perdón. - Disculpen mi actitud insensible. Me comporté mal al querer comerme a sus hijos. No pensé en el dolor que les causaría. Estoy arrepentido y quiero enmendar mi error.
Los peces lo miraron sorprendidos, pero la sinceridad en las palabras de Felipe los conmovió. Margarita, con los ojos aún llenos de lágrimas, decidió darle una oportunidad. - Está en tus manos reparar el daño que has causado. Ayúdanos a encontrar a nuestros pequeños.
Movido por el deseo de enmendar sus errores, Felipe se comprometió a buscar a los peces bebé y traerlos de vuelta a salvo. Recorrió cada rincón del océano, preguntando a todos los habitantes acuáticos si habían visto a los pequeños peces. Después de mucho esfuerzo y perseverancia, finalmente los encontró escondidos en una cueva.
Los peces bebé estaban asustados, pero Felipe les prometió que los llevaría de vuelta con sus padres. Con cuidado y ternura, los condujo de regreso al arrecife. Al llegar, Margarita y los demás peces no podían creer lo que veían. Lágrimas de alegría llenaron el mar cuando los pequeños fueron reunidos con sus padres.
Desde ese día, Felipe comprendió que la comida nunca justificará hacer daño a los demás. Aprendió que la empatía, el respeto y la humildad son cualidades que todos debemos tener. Los peces, por su parte, le mostraron que el perdón y la segundas oportunidades son una muestra de grandeza.
Así, el océano volvió a ser un lugar de armonía y respeto, donde todos sus habitantes convivían en paz y unidad.
FIN.