Felipe y el bosque encantado


Había una vez un niño llamado Felipe, quien era muy aventurero y curioso. Un día, mientras exploraba el bosque cerca de su casa, se adentró más y más en él sin darse cuenta de que se había alejado demasiado.

Felipe caminó durante horas sin encontrar ningún rastro conocido. El sol comenzaba a ponerse y la oscuridad del bosque lo asustaba cada vez más.

Sin embargo, justo cuando estaba a punto de rendirse y llorar, escuchó un ruido extraño entre los árboles. Curioso como siempre, Felipe siguió el sonido hasta llegar a un claro donde encontró a unas criaturas mágicas jugando y riendo. Eran hadas con alas brillantes y duendes con sombreros puntiagudos.

- ¡Hola! -exclamó Felipe emocionado-. Me he perdido en el bosque y no sé cómo volver a casa. Las criaturas mágicas dejaron de jugar y miraron al niño con ternura. - No te preocupes, pequeño amigo -dijo la reina de las hadas-.

Te ayudaremos a encontrar la salida del bosque. Las criaturas mágicas tomaron de las manos a Felipe formando una cadena humana para que no se perdiera en medio del oscuro bosque.

Mientras caminaban juntos, le contaron historias fascinantes sobre la magia que habitaba en aquel lugar encantado. De repente, escucharon otro ruido proveniente del fondo del bosque. Era un lobo feroz que se acercaba rápidamente hacia ellos.

Todos entraron en pánico excepto Felipe, quien recordó algo que había aprendido sobre los lobos. - ¡Esperen! -gritó Felipe-. Si nos quedamos quietos y no mostramos miedo, el lobo se irá.

Las criaturas mágicas siguieron el consejo de Felipe y, para su sorpresa, el lobo pasó de largo sin hacerles daño. Estaban asombrados por la valentía del niño. Después de superar ese desafío, continuaron su camino hasta que llegaron a un río ancho y profundo. No había ningún puente para cruzarlo.

- ¿Y ahora qué hacemos? -preguntó una hadita preocupada. Felipe pensó durante unos segundos y tuvo una idea brillante. - ¡Podemos construir un puente con las ramas y hojas! Todos comenzaron a buscar ramas fuertes y hojas grandes.

Trabajando juntos, construyeron un hermoso puente improvisado que les permitió cruzar el río sano y salvo. Finalmente, después de muchas aventuras emocionantes en el bosque mágico, Felipe vio una luz brillante al final del sendero.

Corrió hacia ella seguido por las criaturas mágicas que lo habían acompañado todo el tiempo. Cuando salieron del bosque, la mamá de Felipe los estaba esperando angustiada. Abrazó a su hijo con fuerza mientras las criaturas mágicas se escondían entre los árboles para no ser descubiertas por los adultos.

Felipe le contó a su mamá todas las increíbles aventuras que había vivido en compañía de las criaturas mágicas del bosque.

A partir de ese día, nunca más se sintió solo o perdido porque sabía que siempre tendría amigos mágicos dispuestos a ayudarlo. Y así, Felipe aprendió que la valentía, la creatividad y la amistad son herramientas poderosas para enfrentar los desafíos de la vida.

Desde aquel día, el niño nunca dejó de explorar y aprender del mundo que lo rodeaba, sabiendo que siempre hay algo mágico esperando ser descubierto.

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