Felipe y el mapa de los sueños



Felipe era un niño de 7 años con una imaginación desbordante y un corazón lleno de sueños. Siempre miraba con anhelo las postales que llegaban a su casa, postales de lugares lejanos: la Gran Muralla China, las pirámides de Egipto y los coloridos mercados de Marrakech. Sin embargo, vivía en un pequeño departamento en el barrio de La Boca, donde sus padres trabajaban todos los días en la fábrica de cerámicas. Aunque eran muy pobres, Felipe sabía que en su casa había amor y risas, lo que lo hacía feliz.

Una tarde, mientras exploraba el desván en busca de tesoros, encontró un antiguo mapa. "¡Mirá esto, mamá!"- exclamó. Su mamá, con una sonrisa, se acercó a revisar. "Es un mapa del mundo, Felipe. ¿Te gustaría viajar?"- le preguntó, aunque su voz tenía un tono de resignación. "¡Sí, mucho! Quiero ver el mundo entero"- respondió Felipe con una chispa en sus ojos.

Esa noche, mientras su mamá se quedaba despierta trabajando en una cerámica, Felipe decidió hacer un plan. Sabía que, aunque no podían viajar, siempre podía usar su imaginación. "Voy a hacer una aventura desde mi casa"- pensó. A la mañana siguiente, se armó con su mapa y decidió que cada rincón de la casa sería un país diferente. Ingresó a la cocina. "Esto es Italia, donde hay mucha pasta"- dijo mientras colocaba harina sobre la mesa. Se sentó en una silla e hizo como que comía espaguetis.

Después, fue al baño. "¡Bienvenidos a Egipto! Aquí está la Gran Pirámide"- se dijo, levantando un shampoo como si fuera un obelisco. Por último, se acomodó en su habitación y comenzó a hacer música con objetos que encontraba. "Esto es Brasil, y estoy en Carnaval"- declaró mientras agitaba un tambor hecho con latas.

Cada día, Felipe continuó con su expedición, llenando sus días de risas y descubrimientos. Un viernes, mientras se preparaba para su aventura, su madre le dijo: "Felipe, tengo algo muy especial para vos. He guardado un poco de plata para que vayas a un lugar que te va a encantar"- Se le iluminaron los ojos cuando escuchó esas palabras. "¿Dónde vamos, mamá?"- preguntó Felipe emocionado.

"Vamos a la biblioteca de la ciudad. Allí hay un rincón mágico lleno de cuentos y relatos de otros países"- respondió su madre. Aunque Felipe no estaría viajando físicamente, sabía que allí podría conocer el mundo a través de los libros.

Cuando llegaron, las estanterías se alzaban como montañas de historias. "Mirá, mamá, ¡hay libros sobre Japón!"- exclamó. Pasaron horas explorando, leyendo sobre culturas y lugares. Felipe descubrió que varios de esos relatos habían sido escritos por autores de diferentes partes del mundo.

"Como si realmente estuviesemos viajando, ¿no?"- preguntó Felipe cuando salieron de la biblioteca con un montón de libros. "Exactamente, hijo. Con cada libro, puedes viajar adonde quieras"- contestó su mamá.

Esa noche, Felipe decidió que haría un proyecto especial. A partir de los libros que había leído, empezó a crear su propio libro de viajes. "Voy a escribir sobre todas las aventuras que tengo en mi cabeza"- se mencionó mientras dibujaba y escribía sobre todos los lugares que había conocido en los relatos.

Poco tiempo después, decidió mostrarle su libro a su clase. "Hoy quiero que todos viajemos juntos"- dijo contento. Al final de su presentación, todos sus compañeros aplaudieron, y una maestra se acercó. "Felipe, esto es impresionante. ¿Te gustaría exponer tu libro en la feria del colegio?"- le propuso con entusiasmo.

A medida que fue compartiendo su historia, todo el colegio le dio la idea de crear un club de lectura. Los chicos se unieron, y a través de libros, Felipe llevó aventuras a cada rincón de su clase.

Una mañana, al volver de la escuela, encontró una caja de cerámica en su casa. "¿Qué es esto, mamá?"- preguntó intrigado. "Es una sorpresa, Felipe. Un grupo de amigos se reunió y decidió contribuir para abrir una biblioteca comunitaria en el barrio"-, le explicó su mamá con orgullo.

Con lágrimas de alegría en los ojos, Felipe se dio cuenta de que podía ayudar a otros niños a descubrir el mundo. "Podría invitar a todos a formar parte de mi club de lectura aquí mismo, en nuestra biblioteca"- sugirió, y todos los días se reunían con alegría para soñar sobre los países que visitarían.

Finalmente, Felipe descubrió que, aunque no podía viajar físicamente, había encontrado un camino maravilloso para conocer y compartir el mundo con otros. Con su imaginación y el poder de los libros, se dio cuenta que viajar es mucho más que desplazar el cuerpo; es llevar el corazón y la curiosidad a donde quiera que estés.

FIN.

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