Félix y el hueso dorado



Había una vez un buldog francés muy valiente y curioso llamado Félix. Vivía en un tranquilo barrio de Buenos Aires junto a su dueño, Lucas.

Todos los días salían juntos a pasear por el parque y Félix siempre estaba buscando alguna aventura nueva.

Un día, mientras caminaban cerca del centro de la ciudad, Félix vio un cartel que decía: "¡Instalación secreta con rayos láser! ¡Cuidado!" Su curiosidad se despertó al instante y no pudo resistirse a investigar qué había dentro de aquella instalación. Lucas intentaba detenerlo, pero Félix ya se había escabullido por una pequeña rendija en la puerta. Una vez adentro, descubrió que aquel lugar era como algo sacado de una película de ciencia ficción.

Había luces brillantes y extraños sonidos por todas partes. De repente, Félix vio algo que le llamó mucho la atención: un hueso dorado con destellos místicos. Era el hueso más hermoso que había visto en su vida.

Sin pensarlo dos veces, decidió acercarse para tomarlo. Pero justo cuando lo agarró con sus patitas, los rayos láser comenzaron a moverse rápidamente e iluminaron todo el lugar.

Al ver esto, Félix se asustó mucho y soltó el hueso sin darse cuenta de dónde caería. El hueso cayó en un agujero profundo y desapareció ante los ojos de Félix. El pobrecito se sintió muy triste y lamentó haber sido tan impulsivo.

Justo en ese momento apareció Místico, un sabio gato callejero que vivía en el barrio. Místico era conocido por tener poderes mágicos y siempre ayudaba a los animales en apuros. "No te preocupes, Félix", dijo Místico con voz suave.

"El hueso que perdiste es muy especial y solo puede ser encontrado por aquellos que aprenden a controlar su curiosidad". Félix, aún triste pero con esperanza, le preguntó a Místico cómo podía recuperar el hueso.

El sabio gato le explicó que debía enfrentar tres pruebas para demostrar que había aprendido la lección de la curiosidad. La primera prueba consistió en resistir la tentación de abrir una puerta brillante y misteriosa.

Félix recordó lo sucedido en la instalación con rayos láser y decidió no abrir ninguna puerta sin pensarlo antes. La segunda prueba fue superar un laberinto lleno de distracciones y objetos llamativos. Félix se concentró en encontrar el camino correcto sin dejarse distraer por las luces parpadeantes o los ruidos extraños.

Finalmente, llegó la tercera prueba: mantenerse tranquilo y paciente mientras unas bolas brillantes giraban a su alrededor. Aunque le costaba mucho quedarse quieto, recordó lo importante que era aprender a controlar sus impulsos.

Cuando Félix superó todas las pruebas, Místico apareció nuevamente junto al hueso dorado. Con una sonrisa en su rostro felino, se lo entregó a Félix diciendo: "Has demostrado ser valiente y haber aprendido una gran lección".

Félix tomó el hueso con cuidado y agradeció a Místico por su ayuda. Luego, corrió de vuelta hacia Lucas para enseñarle lo que había aprendido. Desde aquel día, Félix se convirtió en un perro mucho más tranquilo y reflexivo.

Aprendió a controlar su curiosidad y entendió que no todas las aventuras valen la pena si implican ponerse en peligro.

Y así, Félix vivió muchas otras aventuras junto a Lucas, pero siempre recordando la lección que Místico le enseñó: ser curioso está bien, pero es importante saber cuándo detenerse y pensar antes de actuar.

FIN.

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