Félix y la costa de los cangrejos
Había una vez un simpático conejito llamado Félix que vivía en un bosque encantado. Un día, mientras jugaba con sus amigos, escuchó hablar sobre la costa y decidió que quería conocerla.
"¡Chicos, chicos! ¡He decidido irme de viaje a la costa! ¿Me acompañan?" -dijo Félix emocionado. Sus amigos lo miraron sorprendidos pero luego sonrieron y le desearon buena suerte en su aventura.
Así que Félix preparó su mochila con todo lo necesario para el viaje: protector solar, traje de baño, toalla y mucha alegría. Al llegar a la costa, Félix quedó maravillado por la inmensidad del mar y la suavidad de la arena bajo sus patitas.
Se acercó al agua con cautela y sintió la brisa marina en su pelaje. Estaba feliz de haber tomado la decisión de explorar un lugar tan hermoso. Mientras caminaba por la playa, se encontró con una familia de cangrejos que estaban construyendo un castillo de arena.
Se acercó a ellos curioso y les preguntó si podía ayudar. "¡Claro que sí!" -respondieron los cangrejos entusiasmados.
Así que Félix se puso manos a la obra y juntos construyeron el castillo más grande y hermoso que jamás se había visto en esa playa. Los cangrejos le agradecieron a Félix por su ayuda y lo invitaron a quedarse a jugar con ellos. Pasaron las horas mientras jugaban al escondite entre las rocas y recolectaban caracoles en la orilla del mar.
El sol comenzaba a ponerse en el horizonte cuando Félix se dio cuenta de que era hora de regresar al bosque. "Gracias por este maravilloso día, amigos cangrejos.
Me llevo en mi corazón cada momento compartido aquí en la costa" -dijo Félix con nostalgia. Al regresar al bosque, Félix contó emocionado todas las aventuras vividas en su viaje a la costa. Sus amigos lo escuchaban atentamente y se alegraban por él.
Desde ese día, Félix siguió recordando aquel viaje como una experiencia única e inolvidable. Aprendió que siempre vale la pena explorar nuevos lugares, conocer nuevas personas y compartir momentos especiales llenos de amistad y diversión.
Y así, entre risas y abrazos, Félix comprendió que cada pequeña aventura puede convertirse en una gran lección para toda la vida.
FIN.