Fernanda y el lienzo mágico


Fernanda era una niña de ocho años que siempre había sido muy presumida. Le encantaba lucir sus vestidos más bonitos, peinarse de forma impecable y mostrar a todos los juguetes nuevos que tenía.

Siempre quería ser el centro de atención y no le importaba hacer sentir mal a los demás para lograrlo. Un día, mientras Fernanda caminaba por el parque con su mamá, vio un cartel que decía: "Concurso de talentos infantiles".

Se emocionó mucho al leerlo y decidió participar para demostrarle a todos lo talentosa que era. El día del concurso llegó y Fernanda estaba muy nerviosa. Había practicado durante semanas un baile que había inventado ella misma.

Cuando fue su turno, subió al escenario con mucha confianza y comenzó a bailar. Pero algo inesperado sucedió: tropezó y cayó al suelo en medio de la coreografía. Todos los niños se rieron de Fernanda, quien se levantó rápidamente pero sintió mucha vergüenza.

Corrió llorando hacia su mamá, quien la abrazó cariñosamente. "No te preocupes, Fernanda", dijo su mamá consolándola. "Lo importante es intentarlo y aprender de nuestros errores". Fernanda reflexionó sobre las palabras de su mamá y decidió tomarlas en cuenta.

Comprendió que no era necesario ser perfecta todo el tiempo para ser valiosa. A partir de ese momento, Fernanda comenzó a cambiar su actitud hacia los demás.

Dejó de presumir tanto sus cosas y empezó a interesarse por conocer las habilidades y talentos de sus amigos. Descubrió que cada uno tenía algo especial y que podía aprender mucho de ellos. Un día, Fernanda se enteró de que su amiga Sofía era una excelente pintora.

En lugar de sentir envidia, decidió pedirle ayuda para mejorar sus propias habilidades artísticas. Juntas comenzaron a tomar clases de pintura y Fernanda descubrió una nueva pasión. Con el tiempo, Fernanda se convirtió en una niña más humilde y comprensiva.

Aprendió a valorar las cualidades únicas de cada persona y dejó de preocuparse tanto por ser el centro de atención. Un año después, se anunció un nuevo concurso de talentos infantiles en el parque.

Fernanda decidió participar nuevamente, pero esta vez no lo hizo para presumir o buscar la aprobación de los demás, sino porque había encontrado algo en lo que realmente era buena: la pintura.

El día del concurso llegó y Fernanda subió al escenario con confianza pero sin pretensiones. Mostró su cuadro al público y explicó cómo había trabajado duro para lograrlo. Todos quedaron impresionados por su talento y esfuerzo.

Cuando finalmente ganó el primer premio, no pudo evitar sentirse feliz por este logro personal pero también orgullosa del crecimiento emocional que había experimentado durante ese tiempo. Fernanda aprendió que la verdadera belleza está en ser auténtica y humilde, valorando las cualidades especiales de cada persona.

Y así, vivió felizmente compartiendo su talento con los demás mientras seguía aprendiendo y creciendo como persona.

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