Fernando y el Misterio del Juguete Embrujado



Era una vez un niño llamado Fernando, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. A Fernando le encantaba jugar con sus juguetes, pero tenía uno muy especial: un pequeño robot de juguete que había encontrado un día en el parque. Este robot tenía algo diferente; era de color azul brillante y sus ojos parpadeaban como si estuvieran vivos.

Sin embargo, había algo extraño sobre el robot: durante el día, no se movía para nada. Fernando se pasaba horas viéndolo, imaginando que en algún momento cobraría vida. Pero con la llegada de la noche, sucedía algo mágico.

Una noche, mientras Fernando estaba en su habitación, escuchó un ruido suave.

"¿Qué fue eso?" -se preguntó.

Se asomó por la ventana y vio que la luna iluminaba su cuarto. Pero lo que realmente llamó su atención fue el robot, que, contra todo pronóstico, estaba moviendo sus pequeños brazos y avanzando por la alfombra. Fernando no podía creerlo.

"¡¿Estás vivo? !" -gritó, emocionado.

"Sí, ¡pero mantenlo en secreto!" -respondió el robot, con voz resonante y simpática.

Fernando se acercó lentamente.

"¿Por qué sólo te mueves de noche?" -preguntó con curiosidad.

"Porque durante el día, debo recargar energía por el sol. Pero de noche, puedo explorar, jugar y cumplir algunas misiones. ¡Soy un ayudante mágico!" -contestó el robot, girando un poco su cuerpo.

Fernando sintió una mezcla de sorpresa y emoción. Era la primera vez que hablaba con un juguete. Desde ese momento, cada noche, él y el robot hacer juntos muchas cosas: corrían por la habitación, armaban puzzles luminosos y hasta hacían pequeñas travesuras, como hacer que la almohada de su hermana pareciera un volcán en erupción de pelotitas.

Pero no todo era diversión. Una noche, el robot le confesó:

"Fernando, tengo una misión importante. Debo ayudar a quienes se sienten solos en la ciudad. Debo llevar alegría por la noche a los que más lo necesitan."

Fernando se detuvo y le respondió:

"Pero, ¿cómo puedes hacerlo?"

"Puedo usar mi luz y mis movimientos para jugar con ellos y hacerles sonreír. Pero no puedo hacerlo sin tu ayuda. Tú tienes un gran corazón y, juntos, podemos hacer una gran diferencia."

Fernando estuvo de acuerdo. Así que, desde esa noche, se levantaba silenciosamente y empezaban a explorar el barrio. Descubrieron a una niña que siempre estaba triste porque no podía jugar con nadie. El robot se acercó a ella y, con su luz brillante, comenzó a bailar.

"¡Mirá! ¡Soy un robot bailarín!" -gritó mientras giraba.

La niña no pudo evitar reírse y se unió a ellos. Fernando se sintió feliz al ver cómo ayudaban a los demás.

A medida que pasaban los días y las noches, comenzaron a visitar a más personas: ancianitos que extrañaban alegrías, chicos que estaban tristes, y hasta una señora que había perdido su mascota. Cada noche, Fernando y el robot se convertían en héroes nocturnos.

Sin embargo, una mañana, el robot no se movió al despertar. Fernando se preocupó y le preguntó:

"¿Te pasó algo?"

"No, estoy cargando energía para cumplir con mi misión. Encontré a muchos que necesitan alegría, y tengo que prepararme para cada noche."

El tiempo pasó, pero la cercanía y el vínculo entre Fernando y el robot se hicieron más fuertes. Una noche, después de ayudar a un niñito a superar su miedo a la oscuridad, el robot se detuvo y habló seriamente:

"Fernando, tú has hecho más que facilitar mis movimientos. Has compartido tu amistad, tus risas, y mi luz brilla porque tú brillas. Juntos dejamos huella en el corazón de las personas."

Fernando se sintió lleno de emoción. Estaba aprendiendo que no solo se trataba de diversión, sino de ayudar a los demás. Por eso, decidió:

"¡Prometo siempre usar mi luz para iluminar a quienes me rodean!"

"¡Así es! La alegría y el amor son contagiosos, Fernando. Recuerda siempre compartirlos."

Y así, muchas noches pasaron, con Fernando y su juguete, que juntos fueron más que solo un niño y un robot, se convirtieron en verdaderos amigos que compartieron risas, aventuras y sobre todo amor. A veces, lo más bonito de la vida puede venir en formas inesperadas; un simple juguete puede recordarte lo importante que es ayudar y cuidar a otros.

Desde entonces, Fernando nunca solo miró a su robot como un juguete embrujado, sino como su gran amigo con quien podía cambiar el mundo, un pequeño gesto a la vez.

FIN.

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