Firefly Dreams



Había una vez un niño llamado José Tomás, quien tenía un gran miedo a la oscuridad.

Cada noche, cuando llegaba la hora de dormir, él se escondía bajo las sábanas y cerraba los ojos bien fuerte para no ver nada. Pero esto le impedía disfrutar de algo maravilloso que sucedía afuera de su ventana: las luciérnagas. Un día, mientras jugaba en el jardín, José Tomás vio cómo unas pequeñas lucecitas comenzaban a brillar al caer la noche.

Eran las luciérnagas que bailaban entre los arbustos y árboles. Él quedó fascinado por aquel espectáculo luminoso y decidió acercarse para verlas más de cerca.

Cuando se acercó lo suficiente, una luciérnaga llamada Lucía se posó sobre su mano y le dijo: "¡Hola! ¿Por qué tienes tanto miedo a la oscuridad? Nosotras somos las luciérnagas y traemos luz en la noche".

José Tomás miró a Lucía con asombro y respondió tímidamente: "Siempre he tenido miedo a la oscuridad porque me da la sensación de que hay monstruos escondidos". Lucía sonrió amablemente y le dijo: "No te preocupes, José Tomás. Las luciérnagas estamos aquí para iluminar tu camino y mostrarte que no hay nada malo en la oscuridad".

Y así fue como empezaron a pasar tiempo juntos cada noche. Las luciérnagas llevaban a José Tomás por aventuras nocturnas llenas de diversión e imaginación.

Juntos exploraban el jardín, jugaban a las escondidas y descubrían nuevos lugares llenos de magia. Un día, mientras se encontraban en lo más profundo del bosque, José Tomás vio una sombra oscura que se movía entre los árboles.

Su miedo regresó y quiso correr lejos de allí, pero Lucía lo detuvo y le dijo: "No te preocupes, José Tomás. Esa sombra es solo un conejito jugando con su sombra". José Tomás miró con atención y se dio cuenta de que tenía razón.

La oscuridad no era algo malo ni peligroso, solo era parte de la naturaleza y cada ser vivo tenía su lugar en ella. Desde aquel día, José Tomás dejó atrás su miedo a la oscuridad gracias a las luciérnagas.

Ahora podía dormir tranquilo sabiendo que siempre habría luz en la noche para guiarlo. Y así fue como José Tomás aprendió a apreciar la belleza de las luciérnagas y perdió el miedo a la oscuridad.

Cada noche, antes de dormir, él salía al jardín para ver cómo brillaban junto a él. Y aunque ya no necesitaba esconderse bajo las sábanas ni cerrar los ojos fuertemente, nunca olvidaría el valioso regalo que las luciérnagas le habían dado: el poder encontrar luz incluso en los momentos más oscuros.

FIN.

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