Flore y las Maldades Mágicas



En un pequeño pueblo, donde los árboles cantaban y las flores reían, vivía una niña llamada Flore. Flore era conocida por su alegría desbordante y su sonrisa contagiosa. Sin embargo, había un pequeño detalle: tenía un curioso poder. Cada vez que se enojaba, un par de maldades se desataban a su alrededor.

Un día, mientras jugaba en el parque con su mejor amigo, Lucho, un grupo de niños llegó para molestarles.

"¿Por qué no se van a jugar a otro lado?" - exclamó Flore, con un tono un poco furioso.

De repente, unas pequeñas travesuras comenzaron a suceder: los juguetes volaron por los aires, las hojas de los árboles se enredaron en el pelo de los niños molestos, y Lucho no podía parar de reír al ver la escena.

"¡Flore! Esto es un lío. Debes aprender a controlar tu enojo" - le dijo Lucho, mientras trataba de evitar que las maldades se desataran más.

"No sé cómo hacerlo, es como si las maldades tuviesen vida propia" - contestó Flore, sintiéndose frustrada.

Con el pasar de los días, Flore se dio cuenta de que cada vez que se molestaba, sus maldades hacían actos cada vez más inesperados: un pez saltó fuera de un estanque y empezó a cantar, las sillas en su casa comenzaron a bailar, y hasta su gato, Fifi, decidió hacer acrobacias. Aunque a la gente le hacía reír, Flore no quería ser la causa de toda esa locura.

Un día, decidió visitar a Don Ramón, el sabio del pueblo, para pedirle consejo.

"Don Ramón, tengo un problema: cuando me enojo, pasan cosas raras y no puedo controlarlas. ¿Qué puedo hacer?" - dijo Flore, un tanto triste.

"Ah, querida Flore, el enojo es un fuego que, si no lo sabes manejar, puede quemar. Pero hay maneras de apagarlo. La respiración, la música y la risa son tus mejores amigas" - respondió Don Ramón, guiñándole un ojo.

Flore, decidida a aprender a manejar su enojo, volvió a casa y comenzó a practicar. Cada vez que sentía que la ira la invadía, se ponía a respirar hondo, a cantar canciones y a reír junto a su gato Fifi. Con el tiempo, las maldades empezaron a disminuir.

Un día, mientras jugaban en el parque, otro niño, Julián, llegó con una pelota y accidentalmente le dio en la cabeza a Flore.

"¡Ay! Eso dolió, Julián" - exclamó Flore, sintiendo que la ira comenzaba a surgir.

Pero esta vez, recordó las palabras de Don Ramón. Comenzó a respirar hondo y, en lugar de enfadarse, se puso a reír.

"¡Ja! Hice un gol sin querer" - dijo, mientras Julián se unía a sus risas.

El grupo de niños quedó asombrado al ver que Flore había cambiado y comenzaron a invitarla a jugar con ellos. La risa llenó el aire y, de repente, un viento suave apareció, haciendo que los árboles murmuraran alegres.

"Flore, sos mágica, pero de una manera diferente ahora" - le comentó Lucho, iluminando su rostro con una sonrisa.

Flore comprendió que, aunque las maldades podían ser divertidas, lo que realmente prevalecía era la alegría y la amistad. Desde ese día, se volvió un ejemplo para los demás. En vez de dejar que su enojo desatara maldades, eligió ser una fuente de alegría.

Y así, el pueblo aprendió la valiosa lección de que la risa y el control de las emociones pueden ayudar a convertir los problemas en momentos de felicidad.

FIN.

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