Flores de amistad



Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, una mujer llamada señora Florinda. Era alegre, valiente y siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás. Sin embargo, tenía un miedo que la atormentaba: el monstruo Argus.

Todos en el pueblo hablaban sobre las terribles travesuras que hacía el monstruo Argus. Decían que era malo y peligroso, por lo que nadie se atrevía a acercarse a él.

La señora Florinda no era la excepción, le temía tanto al monstruo que evitaba pasar cerca de su guarida. Un día, mientras caminaba por el bosque recolectando flores para decorar su casa, la señora Florinda escuchó un ruido extraño proveniente de lo profundo del bosque.

Siguiendo su curiosidad, decidió investigar qué estaba ocurriendo. Al llegar al lugar del ruido, vio algo inesperado: ¡el monstruo Argus estaba llorando! La señora Florinda se acercó lentamente y le preguntó qué le pasaba. - ¿Por qué estás llorando? -le preguntó con ternura.

El monstruo Argus levantó la cabeza sorprendido al ver a alguien acercarse sin miedo hacia él. Entre sollozos explicó:- Todos me temen y creen que soy malvado porque soy diferente.

Pero en realidad solo quiero tener amigos y ser aceptado como soy. La señora Florinda sintió compasión por el pobre monstruo y decidió darle una oportunidad. Le ofreció su amistad y juntos comenzaron a conocerse mejor.

Con el tiempo, la señora Florinda descubrió que el monstruo Argus no era malo en absoluto. Era un ser dulce y amable, siempre dispuesto a ayudar a los demás. Tenía una pasión por las flores y sabía mucho sobre ellas.

La señora Florinda decidió enseñarle todo lo que sabía sobre jardinería y le mostró cómo cuidar de las plantas. El monstruo Argus aprendió rápidamente y se convirtió en un experto jardinero.

Pronto, el pueblo se sorprendió al ver cómo el monstruo Argus transformaba su guarida en un hermoso jardín lleno de colores y fragancias. Los niños del pueblo dejaron de temerle y comenzaron a visitarlo para aprender de él.

La señora Florinda se dio cuenta de que había sido injusta al juzgar al monstruo Argus sin conocerlo primero. Aprendió que no debemos dejarnos llevar por los prejuicios y siempre dar una oportunidad a quienes son diferentes. A partir de ese día, la señora Florinda y el monstruo Argus se convirtieron en grandes amigos.

Juntos embellecían el pueblo con sus flores y enseñaban a todos la importancia de aceptarse mutuamente sin importar nuestras diferencias.

Y así, gracias a la valentía y bondad de la señora Florinda, el miedo hacia el monstruo Argus desapareció para siempre en aquel pequeño pueblo argentino.

FIN.

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