flores resucitadas
Hera era una niña muy especial a la que le encantaba cuidar su jardín. Todos los días, se levantaba temprano para regar sus lindas flores y observar cómo crecían sanas y felices bajo el cálido sol.
Un día, al salir al jardín, Hera notó con tristeza que algunas de sus flores favoritas estaban marchitándose.
Se acercó preocupada y les preguntó:- ¿Qué les pasa, mis lindas flores? ¿Por qué están tan tristes? Las flores murmuraron débilmente, contándole a Hera que se sentían débiles porque habían estado expuestas al sol durante demasiado tiempo sin recibir suficiente agua. Hera sintió un nudo en la garganta al escucharlas y decidió buscar una solución para ayudarlas a recuperarse.
Recordando lo que su abuela le había enseñado sobre el cuidado de las plantas, Hera decidió actuar rápidamente.
Primero, llevó un balde de agua fresca y regó con cuidado cada una de las flores marchitas, asegurándose de cubrir bien la tierra a su alrededor. - No se preocupen, mis queridas flores. ¡Pronto estarán radiantes y llenas de vida nuevamente! - les dijo con optimismo.
Luego, recordando que las plantas también necesitan nutrientes para crecer fuertes, Hera buscó en su casa un poco de fertilizante natural hecho a base de restos de comida. Con mucho cuidado esparció el fertilizante alrededor de las raíces de cada flor y luego regó nuevamente para ayudar a que absorbieran los nutrientes necesarios.
Pasaron los días y Hera siguió dedicando tiempo y amor a sus lindas flores marchitas.
Poco a poco, gracias a sus cuidados diligentes, las flores comenzaron a recuperarse: sus pétalos volvieron a brillar con intensidad y su tallo se enderezaba orgulloso hacia el cielo.
Una mañana soleada, cuando Hera salió al jardín esperando ver mejorías en sus plantas, no podía creer lo que veía: todas las flores marchitas estaban ahora más hermosas que nunca, llenando el aire con su dulce fragancia y colores vibrantes. - ¡Mirá abuela! - exclamó Hera emocionada mientras mostraba orgullosa su jardín revitalizado. Su abuela sonrió con ternura y le dijo:- Has demostrado ser una verdadera jardinera amorosa e ingeniosa, querida Hera.
Nunca subestimes el poder del cuidado constante y la perseverancia en todo lo que hagas. Desde ese día en adelante, Hera continuó cuidando su jardín con esmero y aprendió una valiosa lección: con paciencia, atención y cariño cualquier dificultad puede superarse.
Y así fue como las lindas flores marchitas se convirtieron en un símbolo vivo del poder transformador del amor y la dedicación.
FIN.