Francesco el Mondongo Solitario
Había una vez en un tranquilo pueblito argentino, un pequeño mondongo llamado Francesco. No era un mondongo común y corriente, ¡no! Francesco tenía un gran corazón y la capacidad de soñar. Pero había un problema: siempre estaba solo. Mientras los otros mondongos jugaban en la olla gigante del mercado, él se quedaba en la esquina, observando desde lejos.
Un día, mientras Francesco miraba cómo sus amigos se divertían, escuchó un llanto suave.
"¿Quién llora?" - se preguntó Francesco, curioso. Siguiendo el sonido, encontró a una pequeña patita llamada Pepita.
"¿Por qué lloras, pequeña?" - le preguntó Francesco. Pepita, con lágrimas en los ojos, le respondió:
"Mis amigos me dejaron sola porque no saben nadar y tienen miedo del río. ¡Quiero jugar en el agua!"
Francesco, sintiendo empatía, decidió ayudar a Pepita.
"No te preocupes, Pepita. ¡Yo sé nadar!" - exclamó con entusiasmo. Así que juntos fueron al río.
Cuando llegaron, Francesco se zambulló y nadó de un lado a otro, mostrando a Pepita lo divertido que era. Pepita se unió a él, riendo mientras salpicaba agua por todas partes.
"¡Esto es magnífico!" - gritó Pepita mientras daba saltos.
Al terminar el día, ambas se sentaron en la orilla, cansadas pero felices.
"Francesco, hoy fue el mejor día de mi vida. Gracias a vos, no me siento más sola" - le dijo Pepita con una gran sonrisa.
Con el tiempo, Francesco y Pepita se volvieron inseparables, y comenzaron a organizar juegos en el río. Pronto, otros animales como tortugas, ranas y patos se unieron a la diversión, y el río se llenó de risas y juegos.
Sin embargo, un día, el río comenzó a desbordarse debido a las lluvias, y los amigos tuvieron que buscar un lugar seguro. Francesco se vio en la necesidad de poner en práctica su ingenio.
"¡Debemos construir una balsa para cruzar el río!" - exclamó.
Los animales se miraron entre sí, un poco dudosos.
"Pero no sabemos hacer una balsa" - dijo una tortuga.
Francesco, recordando cómo había aprendido de las historias de su madre, sonrió.
"Siempre se aprende algo nuevo cuando estamos juntos. ¡Vamos a intentarlo!" - alentó Francesco. Cada uno aportó lo que pudo y, tras mucho trabajo en equipo, finalmente lograron construir una balsa resistente.
"¡Hurra!" - gritaron todos cuando la balsa estuvo lista. Con determinación, se subieron a ella y comenzaron a cruzar el río, mientras Francesco guiaba la balsa con suavidad.
Al llegar a la otra orilla, todos aplaudieron y vitorearon a Francesco.
"¡Gracias! Eres un verdadero líder, Francesco" - le dijo Pepita, con los ojos brillantes.
Desde ese día, ya no se sentía más como un mondongo solitario. Había encontrado su lugar entre sus amigos, y comprendió que la amistad y el trabajo en equipo podían superar cualquier obstáculo.
Con el tiempo, Francesco aprendió que ser diferente no era un problema, sino una oportunidad para brillar y ayudar a los demás. Y así, el mondongo solitario se convirtió en el mondongo valiente y querido del pueblito, siempre dispuesto a jugar, reír y aprender.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.