Francina y el misterio de los caramelos



Era un día soleado y Francina, una nena de ojos brillantes y cabellos rizados, estaba ansiosa por salir a jugar con su prima Faustina. Desde hacía semanas, había estado esperando la oportunidad de explorar el bosque que tanto les gustaba. "¡Vamos, Faustina!"- le dijo Francina mientras sacudía su mochila llena de provisiones. "Sí, ¡vamos ya!"- respondió Faustina, con una sonrisa en su rostro.

El bosque era un lugar mágico. Con sus altos árboles que parecían tocar el cielo y pequeñas criaturas que merodeaban por ahí, siempre había algo nuevo por descubrir. Iban corriendo entre los árboles, riendo y disfrutando de la naturaleza. "Mirá esas flores, son hermosas"- dijo Faustina, señalando un grupo de flores amarillas y moradas que adornaban el sendero.

De repente, algo brilló en el suelo. "¿Qué es eso?"- preguntó Francina, curiosa. Cuando se acercaron, vieron una pequeña caja de madera, decorada con dibujos de caramelos de todos los colores. "¡Caramelos!"- exclamó Francina mientras abría la caja. "¡Qué suerte tenemos!"- dijo Faustina, observando con emoción.

Sin pensarlo dos veces, ambas comenzaron a sacar caramelos de la caja y a disfrutar de su delicioso sabor. "¡Estos son los mejores caramelos que probé en mi vida!"- exclamó Francina, mientras se llenaba la boca de un caramelo de fresa.

Después de comer varios caramelos, comenzaron a sentir un leve malestar. "Uff, me duele un poco la panza"- dijo Faustina, tocándose el estómago. "A mí también, creo que comí demasiado"- admitió Francina. Ambas se sentaron sobre el césped, un poco preocupadas.

"¿Qué hacemos ahora?"- preguntó Faustina, con cara de preocupación.

"Tal vez deberíamos haber compartido menos"- reflexionó Francina. "Sí, eso es una buena idea"- respondió su prima.

Ambas comenzaron a recordar las enseñanzas de sus papás. "Una vez, mi papá me dijo que siempre es mejor disfrutar las cosas con moderación"- dijo Francina. "Y mi mamá siempre dice que debemos aprender a escuchar a nuestro cuerpo"- agregó Faustina.

Después de un rato, sintiéndose un poco mejor, decidieron que podían seguir jugando pero de una manera diferente. "Podemos hacer una búsqueda del tesoro en lugar de comer caramelos"- sugirió Faustina. "¡Buena idea!"- respondió Francina.

Así que ambas se pusieron a buscar ramas, hojas y piedras curiosas para crear su propio tesoro. Se dividieron las tareas y, mientras una recogía hojas, la otra buscaba piedras brillantes. Juntas crearon un pequeño altar en el bosque, donde cada una de ellas puso el hallazgo que más le gustó.

"¡Mirá qué linda es esta piedra!"- dijo Francina, sosteniendo una piedra que brillaba bajo el sol. "Y yo encontré esta ramita que parece una varita mágica"- agregó Faustina.

Al final del día, aunque su panza aún dolía un poco, se dieron cuenta de que habían aprendido una valiosa lección sobre la moderación y la importancia de jugar de manera creativa. "La próxima vez, podemos compartir los caramelos, pero también debemos disfrutar de las aventuras. ¡Esto fue muy divertido!"- dijo Faustina, sonriendo.

"Sí, y además, hicimos un tesoro juntos. ¡Eso vale mucho más!"- agregó Francina.

De regreso a casa, ambas estaban felices y sonrientes, no solo porque habían disfrutado del día, sino porque habían aprendido que jugar y compartir es siempre más divertido cuando se hace de manera equilibrada. Así que, aunque el bosque era un lugar de dulces caramelos, también se convirtió en un lugar donde la imaginación podía volar, y donde las mejores aventuras se vivían juntas.

Y así, Francina y Faustina se fueron a la cama, soñando con su próxima aventura, siempre manteniendo en su corazón las valiosas lecciones aprendidas. Siempre con moderación y mucho, mucho amor.

FIN.

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