Francisco y el Poder de la Empatía



Había una vez en un tranquilo pueblito llamado Boca de Lobo, un niño llamado Francisco. Francisco era un pequeño entusiasta que siempre sonreía y saludaba a todos con un "¡Hola!". Sin embargo, a su alrededor, notaba que las personas estaban cada vez más enojadas y distantes entre sí.

Un día, mientras jugaba en la plaza, Francisco vio a su amiga Luna llorando bajo un árbol.

"¿Por qué lloras, Luna?" - preguntó Francisco con preocupación.

"Nadie me quiere en el equipo de fútbol, siempre me eligen al final" - respondió Luna, secándose las lágrimas.

Francisco pensó que tal vez la gente no entendía cómo se sentía Luna. Así que tuvo una idea.

"¿Y si hacemos un juego? Un juego en el que todos tengan que ponerse en el lugar del otro. Tal vez así entiendan cómo se sienten las personas" - sugirió Francisco con entusiasmo.

Luna asintió, y juntos corrieron a reunir a sus amigos. Francisco explicó el juego que había creado: "Hoy vamos a jugar a ser otros. Cada uno elegirá a alguien de la plaza para imitar y así entender cómo se siente esa persona". Todos parecían intrigados, y comenzaron a elegir sus personajes: Juan decidió ser el perro de Ana, mientras que Tomás eligió ser el abuelo de la señora Rosa.

Pronto, el juego llenó la plaza de risas y gritos. Francisco se hizo pasar por el maestro de la escuela, usando un sombrero grande e imitando su voz:

"¡Silencio, por favor!" - dijo Francisco gritando, mientras todos se reían.

Después de un rato, comenzaron a cambiar de personajes. Francisco eligió imitar a Luna. Hizo una interpretación de cómo ella se sentía triste y relegada en el juego de fútbol. Los chicos se detuvieron y se dieron cuenta de que todos tenían luchas internas.

"No me di cuenta de que te sentías así, Luna" - dijo Juan, mientras se mordía el labio "Es más difícil de lo que pensé".

Pero luego, algo inesperado pasó. Justo cuando todos estaban disfrutando del juego, apareció el Sr. Estricto, el nuevo cartero del pueblo, con su cara seria. Los chicos se asustaron al verlo; ellos sabían que su comportamiento a veces no era bien recibido.

"¿Qué hacen, niños?" - preguntó el Sr. Estricto con voz autoritaria.

Los chicos se miraron entre sí, algo nerviosos, pero Francisco dio un paso adelante.

"Estamos jugando a comprender cómo se sienten los demás, Sr. Estricto. ¿Quiere jugar con nosotros?" - preguntó Francisco con sinceridad.

El Sr. Estricto levantó una ceja, sorprendido por la invitación,

"¿Jugar? No sé…" - dudó, pero algo en la actitud generosa de Francisco lo hizo pensar.

Después de unos momentos de silencio, aceptó "Está bien, intentaré" - dijo, aunque se lo notaba reticente.

Los niños le dieron varias opciones, y en un tono muy serio, eligió interpretar a su propio perro.

Al ver la transformación del Sr. Estricto, la plaza estalló en carcajadas, y él, incluso, comenzó a reírse. Por primera vez en mucho tiempo, la Plaza de Boca de Lobo parecía un lugar feliz.

Pero el giro vino cuando, mientras todos reían, Francisco notó que el Sr. Estricto se había quedado callado. Se acercó a él y le preguntó:

"¿Cómo te sentís, Sr. Estricto?" - le preguntó con genuino interés.

El Sr. Estricto lo miró a los ojos y, sorprendentemente, respondió "Me siento solo a veces. Desde que me mudé, no he hecho muchos amigos". Los niños, que hasta ese momento pensaban que el Sr. Estricto era solo un mal vecino, comenzaron a ver su lado humano.

"¿Puedo ser tu amigo?" - le preguntó Francisco.

Las palabras de Francisco tocaron el corazón del Sr. Estricto, y desde ese día, comenzó a jugar al fútbol con los niños en la plaza, dejando atrás su seriedad y compartiendo historias de su vida.

Boca de Lobo se convirtió en un lugar conocido por su amabilidad y empatía, todo gracias a la idea de Francisco de enseñarles a los demás a ser empáticos. Así, el pueblo aprendió que cada uno tiene su propia historia, y que ponerte en el lugar del otro puede crear puentes de amistad.

Y así, Francisco no solo había enseñado un juego, sino también un valioso mensaje: en lugar de juzgar a los demás, hay que intentar comprender cómo se sienten. Desde entonces, la plaza se llenó de alegría, solidaridad y, sobre todo, mucha empatía.

FIN.

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