Francisco y Juesepé en la Aventura de la Naturaleza



Había una vez en los valles del Cusco, un niño llamado Francisco. Era un chico curioso y soñador que pasaba horas observando la naturaleza. Su mejor amigo, un majestuoso cóndor andino llamado Juesepé, siempre volaba alto sobre él, mirándolo con sus ojos brillantes.

Un día, mientras exploraban un hermoso valle, Francisco y Juesepé encontraron a un grupo de niños jugando. Sin embargo, se dieron cuenta de que la diversión de los chicos estaba causando un gran desorden. Había envases de plástico, papeles y hasta víboras que se sumaban al caos.

"¡Hola! ¿Qué hacen?" -preguntó Francisco, acercándose.

"Estamos jugando a las escondidas", respondió una niña, con la cara cubierta de tierra y felicidad.

"Pero miren todo esto... ¡Nuestro hermoso valle se está ensuciando!" -exclamó Juesepé desde lo alto del cielo.

Los niños miraron a su alrededor y, un poco avergonzados, se dieron cuenta de lo que había pasado. Francisco sonrió amistosamente y decidió que era un buen momento para enseñarles sobre la importancia de cuidar el medio ambiente.

"Chicos, ¿no les gustaría que este valle sea aún más hermoso?" -dijo Francisco, emocionado.

"¡Sí!" -gritaron los niños al unísono.

Entonces, Francisco, inspirado por las enseñanzas de San Francisco, les habló sobre la naturaleza, la fauna y el cuidado del planeta.

"La Tierra es nuestro hogar, y todos tenemos que cuidarla. No solo por nosotros, sino también por los animales como Juesepé" -les explicó.

Los niños comenzaron a escuchar con atención, mientras el cóndor se posaba cerca, desplegando sus grandes alas como si quisiera participar de la conversación.

"¿Sabían que el plástico puede causar problemas a los animales?" -preguntó Juesepé, llenando el aire con su potente voz.

"¿En serio?" -preguntaron los niños.

Así fue como Francisco y Juesepé les mostraron la importancia de recoger la basura. Juntos, organizaron un gran juego llamado “El Rescate del Valle”, donde cada niño tenía que recoger la mayor cantidad de basura posible. El que más recoge, ¡ganaría una gran medalla de la naturaleza!

Los niños se entusiasmaron; corrieron, rieron y se esforzaron por ser buenos guardianes de su entorno. Mientras recogían, Francisco les contaba historias sobre la importancia de cada árbol y cada animal de su valle.

"Los árboles son los pulmones de la Tierra, y los animales son parte de nuestro ecosistema" -aseguraba, mientras Juesepé volaba a su alrededor.

Pero, en medio de la limpieza, encontraron algo sorprendente. Un pequeño nido de cóndor caído, con dos diminutos huevos dentro. Juesepé se acercó rápidamente.

"¡Es mi nido!" -dijo preocupado, mirando a su alrededor.

"No puedo dejar que se queden así. ¡Debemos ayudarles!" -exclamó Francisco.

Los niños, ahora tan emocionados como Francisco, se pusieron a trabajar para hacer un nuevo nido. Usaron ramas y hojas, y con mucho cuidado, colocaron los huevos dentro.

"Vamos, Juesepé, ¡ayudemos a protegerlos!" -dijo Francisco mientras Juesepé se posaba a su lado.

El cóndor, agradecido, les dio una lección más:

"Cuidar es amar. Y cuando amamos, la naturaleza siempre nos responde. Gracias a ustedes, mis crías estarán a salvo."

Finalmente, el valle quedó limpio y el nuevo nido fue un símbolo de su esfuerzo. Los niños, cansados pero felices, se sentaron a escuchar a Juesepé, quien voló una vez más para mostrarles lo hermoso que era su hogar desde lo alto.

"¡Miren, desde arriba se ve increíble!" -exclamó Juesepé, abriendo sus alas brillantes al sol.

Francisco sonrió, sabiendo que habían hecho una diferencia.

"Hoy aprendimos a cuidar nuestro hogar y a valorar lo que tenemos. ¡Debemos seguir cuidando!" -dijo con voz firme.

Así, los niños regresaron a sus casas con un nuevo propósito: cuidar su entorno y compartir lo aprendido. Francisco y Juesepé volvieron a su aventura, llenos de historias que contar sobre la belleza de su valle y la importancia de protegerlo. Y así, la amistad entre un niño y un cóndor se volvió leyenda, enseñando a otros a amar y cuidar la Tierra.

La naturaleza siempre les retribuiría; solo debían tener ojos y corazón para verlo.

FIN.

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