Franco y el balón mágico


Había una vez un chico llamado Franco, que era muy egocéntrico y siempre se creía el mejor en todo. A pesar de que tenía muchos amigos, él sólo pensaba en sí mismo y no le gustaban los deportes.

Un día, tuvo la oportunidad de filmar una película donde tenía que jugar al fútbol en una cancha grande y verde.

Al principio, Franco no estaba contento con la idea, ya que no sabía nada sobre el deporte y no quería hacer el ridículo frente a las cámaras. Pero cuando llegó al set de filmación, algo cambió dentro de él.

La cancha era impresionante: el césped estaba recién cortado y brillaba bajo el sol; los arcos eran grandes y altos, y la pelota rayada parecía saltar sobre la hierba. Franco se puso sus botines nuevos y comenzó a practicar con sus compañeros de reparto. Descubrió que jugar al fútbol era divertido e incluso emocionante.

Comenzó a correr por toda la cancha, driblando la pelota entre sus pies mientras trataba de anotar un gol. "¡Miren lo bien que juego! ¡Soy un crack!"- gritaba Franco mientras corría detrás del balón.

Pero luego algo inesperado sucedió: uno de sus compañeros pasó mal la pelota y terminó fuera del campo. Cuando todos comenzaron a reírse del error, Franco se dio cuenta de cuán equivocado había estado todo este tiempo.

"Lo siento mucho por haberte dejado mal - dijo su compañero-. No soy muy bueno jugando al fútbol". Fue entonces cuando Franco entendió que no se trataba de ser el mejor o ganar todo el tiempo, sino de disfrutar del deporte y compartirlo con los demás.

Comenzó a ayudar a su compañero a mejorar su técnica y juntos lograron hacer un gran gol. Al final del día, Franco estaba agotado pero feliz.

Había aprendido una valiosa lección: que el verdadero éxito no está en la victoria, sino en la experiencia compartida con los demás. "¡Voy a seguir practicando! ¡Quiero ser un buen jugador de fútbol!"- exclamó Franco mientras se despedía de sus amigos.

Desde ese día, Franco comenzó a disfrutar más de los deportes y se convirtió en un jugador cada vez mejor.

Y aunque nunca llegó a ser el mejor del mundo, siempre recordaría aquel día en la cancha verde y grande donde aprendió que lo importante no era ganar, sino disfrutar del juego junto con los demás.

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