Franco y los Sonidos del Mundo



Franco era un niño de diez años que vivía en un barrio alegre, donde las risas y los juegos nunca faltaban. Desde que tenía uso de razón, su corazón latía al ritmo de la música. Su pasión por la batería era tan fuerte que podía pasar horas escuchando canciones, golpeando con las manos cualquier superficie que encontraba. Pero había un pequeño problema: Franco no tenía su propia batería.

Un día, mientras jugaba en la plaza con sus amigos, vio a una banda callejera tocando una música vibrante. Los músicos hacían vibrar sus tambores, y Franco no podía contener su emoción.

"¡Mirá cómo suena!" - exclamó Franco, sus ojos brillando como estrellas.

"¿Te gustaría tocar así algún día?" - le preguntó su mejor amigo, Lucas.

"¡Claro! Pero no tengo batería" - respondió Franco, un poco triste.

Sin embargo, no se dio por vencido. Decidió que si no podía tener una batería de verdad, improvisaría. Así que corrió a su casa y buscó en el patio un par de viejos tachos de basura que su papá había dejado olvidados. Con un poco de cinta adhesiva, los colocó uno al lado del otro, y con palitos de madera, empezó a tocar un ritmo.

"¡Tadá! ¡Mi batería de reciclaje!" - gritó emocionado.

A medida que los días pasaban, Franco se convirtió en el rey de la plaza, atrayendo la atención de sus amigos y vecinos con su increíble talento. Un grupo de niños se reunió a su alrededor, más curiosos que nunca.

"¡Eso suena genial!" - dijo Sofía, una niña que siempre llevaba una guitarra.

"¿Puedo tocar una canción con vos?" - preguntó ella.

Franco sonrió de oreja a oreja y juntos improvisaron una canción llena de energía. Al poco tiempo, otros niños se unieron al grupo. Golpeaban canicas, tarros y hasta hacían palmas para acompañar la melodía.

Un día, un anciano del barrio se acercó a ellos. Tenía una sonrisa en su rostro y un aire de sabiduría.

"Niños, lo que están haciendo es maravilloso. La música puede unir a las personas y hacer que se sientan felices. Pero no se olviden que practicar es muy importante. ¿Quieren tocar en la fiesta del barrio?" - les propuso el abuelo Pérez, conocido por todos.

Franco sintió un cosquilleo en el estómago. ¡Tocar en la fiesta del barrio! Era su sueño.

"¡Claro, abuelo! Pero no tenemos una batería de verdad" - respondió Franco con cierta preocupación.

"Eso no importa, hijo. Lo que importa es el ritmo y la pasión que le pongan a su música. Estoy seguro de que todos disfrutarán de su actuación, ya sea con tachos o con una gran batería" - aconsejó el anciano.

Los preparativos comenzaron, y los niños ensayaban cada día después de la escuela. Sofía escribió letras divertidas y Franco inventó diferentes ritmos. Con cada ensayo, la música fluía más fácil y todos se divertían juntos.

La noche de la fiesta llegó, y el parque del barrio estaba repleto de familias. Las luces brillaban y los aplausos resonaban por todas partes. Franco subió al escenario con su batería improvisada, nervioso pero emocionado.

"¡Hola a todos! Somos Franco y los Sonidos del Mundo, y hoy les tocaremos una canción especial" - anunció con valentía.

Cuando empezó a tocar, su corazón latía con fuerza. Los niños lo acompañaron con entusiasmo, y la música llenó el aire. La gente comenzó a bailar, y Franco sintió que su sueño se hacía realidad.

Al finalizar la presentación, el público estalló en aplausos.

"¡Excellent! ¡Tienen mucho talento!" - gritó la señora Marta, una vecina que siempre había apoyado a Franco.

Después de la actuación, un joven músico se acercó a Franco.

"¡Eran increíbles! ¿Te gustaría aprender a tocar una batería de verdad?" - le propuso.

Franco no podía creer lo que escuchaba.

"¿De verdad?" - preguntó con ojos desorbidados.

"Sí, estoy buscando a un nuevo compañero. Creo que tú serías el indicado. Solo necesitas practicar y te ajudaré" - contestó el joven con una sonrisa.

Desde ese día, Franco empezó a tomar clases de batería de verdad, disfrutando cada momento. Y aunque siempre recordaría sus inicios tocando en los tachos de basura, comprendió que la música se encuentra en cualquier lugar, incluso en lo más simple.

Su pasión unió al barrio y le abrió puertas a un mundo nuevo, mostrando que la creatividad y el esfuerzo pueden hacer realidad los sueños más grandes, sin importar cómo se empiece. Así, Franco, el niño de los tachos de basura, se convirtió en un verdadero baterista, llevando su ritmo a donde quiera que fuera y recordando siempre a sus amigos que, a veces, los mejores instrumentos son los que creamos con las cosas que tenemos a mano.

FIN.

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