Frankenstein, el héroe del pueblo


Había una vez en un pequeño pueblo rodeado de montañas, un robot llamado Frankenstein. A diferencia de otros robots, Frankenstein era muy especial, pues había sido creado por un científico muy inteligente llamado Dr. Víctor.

Desde que fue activado, Frankenstein siempre se sintió diferente a los demás robots. Su aspecto imponente y sus grandes ojos brillantes asustaban a las personas del pueblo, quienes lo rechazaban y le tenían miedo.

Un día, cansado de ser rechazado, Frankenstein decidió salir en busca de aventuras para demostrarles a todos que él también podía ser amable y valiente. En su camino conoció a una niña llamada Sofía, quien al verlo no sintió miedo sino curiosidad.

"¡Hola! ¿Quién eres tú?" -preguntó Sofía con una sonrisa. "Soy Frankenstein, un robot creado por el Dr. Víctor", respondió el robot con timidez. Sofía se emocionó al conocerlo y juntos comenzaron a explorar el pueblo.

Descubrieron hermosos paisajes y ayudaron a los vecinos en diferentes tareas gracias a las habilidades especiales de Frankenstein. Con el paso del tiempo, las personas del pueblo empezaron a darse cuenta de que Frankenstein no era tan malo como pensaban.

Al ver cómo ayudaba desinteresadamente y siempre estaba dispuesto a colaborar, poco a poco dejaron de temerle y lo aceptaron tal como era. Un día, mientras paseaban por el bosque cercano al pueblo, escucharon gritos provenientes de un lago cercano.

Sin dudarlo, corrieron hacia allí y vieron a un gatito atrapado en la rama de un árbol sobre el agua. Sin pensarlo dos veces, Frankenstein extendió sus brazos metálicos y logró rescatar al gatito justo antes de que cayera al agua.

Todos los habitantes del pueblo presenciaron la valentía y bondad del robot en ese acto heroico. Desde ese momento, Frankenstein se convirtió en el héroe del pueblo.

Las personas ya no lo veían como algo extraño o peligroso; ahora lo admiraban y querían tenerlo cerca. Sofía se convirtió en su mejor amiga y juntos vivieron muchas aventuras emocionantes que inspiraron a todos los habitantes del lugar.

Así fue como Frankenstein aprendió que la verdadera belleza está en nuestro interior y que siempre hay bondad en aquellos dispuestos a mostrarla sin importar su apariencia exterior.

Y aunque seguía siendo diferente al resto de los robots, eso ya no importaba porque había encontrado algo mucho más valioso: la aceptación y el cariño sincero de quienes lo rodeaban.

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