Fredy, el Perro Naranja
Había una vez un perro color naranja llamado Fredy que vivía en un pequeño pueblo. Fredy no era un perro común, ya que tenía un extraordinario talento para hacer amigos. Por donde fuese, su energía y su color brillante lograban alegrar el día de cualquiera.
Un caluroso día de verano, Fredy decidió salir a conocer más sobre su vecindario. Mientras paseaba por la plaza del pueblo, escuchó a un grupo de niños riendo y jugando. Con grandes saltos, corrió hacia ellos.
"¡Hola, chicos! Soy Fredy, el perro naranja. ¿Puedo jugar con ustedes?" - preguntó emocionado.
"¡Claro, Fredy! Vení, estamos jugando a la pelota!" - respondió una niña llamada Sofía.
Fredy se unió al juego y, enseguida, todos estaban riendo y corriendo. Sin embargo, al poco tiempo, Sofía se percató de que uno de sus amigos, Tomás, se había apartado del grupo y parecía triste.
"¿Qué te pasa, Tomás?" - le preguntó Sofía.
"No sé jugar bien a la pelota y no quiero hacer el ridículo..." - respondió Tomás, bajando la cabeza.
Fredy, siempre atento, se acercó a Tomás y le dijo:
"¡Eso no importa! Todos jugamos para divertirnos, no para ser los mejores. Quedate con nosotros, yo te enseño a patear la pelota."
Tomás miró a Fredy con sorpresa e interés. "¿De verdad?" - preguntó, sintiendo un pequeño destello de esperanza.
"¡Claro! Vamos, te mostraré cómo hacerlo."
Fredy llevó a Tomás a un rincón del parque donde había un pequeño espacio vacío. Con sus patas, comenzó a enseñarle a patear la pelota. A medida que pasaban los minutos, Tomás se fue sintiendo más cómodo y divertido.
De pronto, un fuerte viento comenzó a soplar, y una de las galletitas de la merienda de Sofía salió volando. En un instante, Fredy saltó y persiguió la galletita, atrapándola justo antes de que se cayera al suelo.
"¡Fredy! ¡Sos un héroe!" - exclamó Sofía, riendo a carcajadas.
Los demás niños aplaudieron a Fredy, y Tomás, contagiado por la diversión, comenzó a reír también.
"Sabés Fredy, no solo jugás muy bien, sino que también sos muy amigable. ¡Gracias por ayudarme!" - dijo Tomás, sintiéndose más seguro.
Desde ese día, Fredy se convirtió en el mejor amigo de Tomás. Juntos, exploraron el parque, jugaron con la pelota y también inventaron diferentes juegos. Fredy siempre decía a Tomás que lo importante era disfrutar y no tener miedo a hacer el ridículo.
Con el tiempo, los niños adoptaron a Tomás y él se volvió más participativo en todos los juegos del barrio. Debajo del color naranja de Fredy, Tomás pudo brillar con su propia luz.
Un día, mientras estaban jugando en un torneo de fútbol improvisado, Tomás anotó un gol impresionante, y todos lo vitorearon.
"¡Lo lograste, Tomás!" - gritó Sofía, abrazándolo.
"¡Fue gracias a Fredy!" - respondió Tomás, mirando a su perro naranja con gratitud.
Nunca había imaginado que un perro podría cambiar su vida de tal manera. Fredy no solo le enseñó a jugar a la pelota, sino que le enseñó también que lo importante es la amistad y la alegría que compartimos con los demás.
Desde aquel día, Tomás nunca dejó de jugar, y siempre lo hacía acompañado de su mejor amigo Fredy. Juntos se convirtieron en un brillo de luz en el vecindario, inspirando a otros a que se unieran al juego, independientemente de sus habilidades o inseguridades.
Y así, Fredy, el perro naranja, continuó haciendo nuevos amigos y creando recuerdos inolvidables que llenaban de alegría su pequeño pueblo.
FIN.