Fresa y las gafas mágicas



Había una vez en un hermoso jardín, un niño llamado Fresa que era muy curioso y siempre estaba buscando nuevas aventuras. Fresa vivía con su mejor amigo, Pelota, un simpático cachorro de peluche con quien compartía todas sus travesuras.

Un día soleado, mientras jugaban en el jardín, Fresa encontró unas gafas brillantes que habían caído del árbol de cerezos. Al ponérselas, descubrió que podía ver el mundo de una manera diferente y mucho más clara.

Desde ese momento, no se separaba de sus nuevas gafas mágicas. "¡Pelota, mira qué genial son estas gafas! ¡Puedo ver las cosas como nunca antes!", exclamó emocionado Fresa. Pelota movió la cabeza asintiendo y ladrandole alegremente.

Juntos comenzaron a explorar el jardín con las gafas puestas y descubrieron detalles sorprendentes que antes no habían notado: los colores eran más vibrantes, los sonidos más nítidos y los aromas más intensos.

Una tarde, mientras cocinaban galletitas en la cocina del abuelo Menta, Fresa tuvo una idea brillante. Decidió usar sus gafas mágicas para mejorar la receta y crear las mejores galletitas jamás vistas en el jardín. "¡Vamos a hacer galletitas especiales con ingredientes secretos!", dijo Fresa entusiasmado.

Pelota movió la cola emocionado y comenzaron a preparar la masa siguiendo la receta tradicional. Pero cuando llegó el momento de añadir los ingredientes secretos de Fresa, todo se complicó: accidentalmente agregaron sal en lugar de azúcar y las galletitas quedaron incomibles.

Frustrado por el resultado, Fresa dejó caer las gafas al suelo y las rompió sin darse cuenta. Sintiéndose desanimado por su error, decidió irse a dar un paseo solo por el jardín para despejar su mente.

Mientras caminaba entre los cerezos en flor recordando todos los momentos felices junto a Pelota, algo mágico sucedió: sin sus gafas especiales, pudo apreciar la belleza del jardín de una manera única y especial.

Se dio cuenta de que no necesitaba las gafas para ver lo maravilloso que era todo a su alrededor. Regresó a la cocina donde Pelota lo esperaba ansioso con una bandeja llena de nuevas galletitas hechas por él mismo como disculpa por haber roto las anteriores.

Con lágrimas en los ojos por tan lindo gesto, Fresa abrazó a su amigo animal sabiendo que lo importante no era cómo veía el mundo sino cómo lo vivía junto a quienes amaba.

Desde ese día, Fresa aprendió que aunque las cosas puedan verse diferentes a través de unas simples lentes, mientras se tenga amor, respeto, y amistad cada vista será única e inolvidable, enriqueciendo cada paso dado en esta maravillosa vida.

FIN.

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