Gabriel y el Gran Día en la Escuela
Era un hermoso día soleado cuando Gabriel se preparaba para su primer día en la escuela infantil. Con su mochila nueva, llena de lápices de colores y cuentos, se miró al espejo y dijo:
- ¡Estoy listo para la aventura!
Cuando llegó a la escuela, vio un gran cartel que decía: "Bienvenidos a la Aventura del Aprender". Gabriel sintió que su corazón latía de emoción. Las risas de otros niños lo rodeaban y él se sintió un poco nervioso pero feliz.
Al entrar al aula, vio a una maestra amable llamada Melina:
- ¡Hola, Gabriel! Soy tu maestra. ¿Estás listo para jugar y aprender?
Gabriel asintió con una gran sonrisa. Más adelante en la clase, se presentó a sí mismo.
- ¡Hola a todos! Soy Gabriel y me encanta dibujar.
Los demás niños lo recibieron con sonrisas, pero de repente, un niño llamado Lucas comenzó a reírse.
- ¡Dibujar es para bebés! - dijo Lucas con desprecio.
Gabriel sintió que su corazón se encogía, pero decidió no dejar que eso lo detuviera. Con confianza, le respondió:
- ¡A mí me encanta! Es como contar historias con colores.
Lucas lo miró sorprendido. Poco a poco, la clase comenzó a alentar a Gabriel por su talento. La maestra Melina dijo:
- ¡Eso es, Gabriel! Todos tenemos cosas que nos gustan, ¡y eso es lo que nos hace únicos!
Con el ánimo de sus compañeros, Gabriel comenzó a dibujar algo increíble: un dragón que volaba sobre una montaña. Mientras dibujaba, Lucas se acercó y le preguntó:
- ¿Me enseñás a dibujarlo?
Gabriel sonrió y asintió. Era momento de compartir su pasión.
- Claro, vení. Primero dibujamos una montaña…
Lucas y Gabriel empezaron a trabajar juntos y mientras lo hacían, se dieron cuenta de que les gustaban muchas cosas similares. Al final, no solo Gabriel aprendía a compartir su arte, sino que también hizo un nuevo amigo.
En el recreo, Gabriel, Lucas y otros niños exploraban el parque y jugaban a las escondidas. Pero un niño más pequeño, llamado Tomás, no se unía a ellos porque estaba muy triste. Gabriel lo vio y se acercó.
- ¿Por qué no jugás con nosotros? - preguntó Gabriel amablemente.
- No sé jugar muy bien - contestó Tomás, mirando al suelo.
Gabriel pensó un momento y luego dijo:
- ¡Podemos enseñarte! Todos empezamos de a poco. Vení, jugamos juntos.
Tomás sonrió con expectativa. Gabriel y sus amigos le enseñaron a jugar y, poco a poco, Tomás comenzó a reírse y a disfrutar. Desde ese día, Gabriel se dio cuenta de que ser amable y ayudar a los demás era también una gran aventura.
El día terminó y Gabriel se fue a casa con una sonrisa inmensa. Le contó a su mamá sobre su primer día en la escuela, sus nuevos amigos y cómo había ayudado a Tomás.
- ¡Estoy tan orgullosa de vos, Gabriel! - decía su mamá contenta. - ¿Vas a seguir dibujando y jugando con ellos?
- ¡Sí! Mañana quiero hacer un dibujo aún más grande y compartirlo con todos - respondió Gabriel entusiasmado.
Así, Gabriel aprendió que la escuela no solo era un lugar para aprender, sino también para compartir, hacer amigos y ayudar a los demás. Cada día sería una nueva aventura y estaba listo para disfrutarla al máximo.
Desde entonces, Gabriel nunca dejó de dibujar ni de ser un buen amigo, porque había descubierto que la amistad y el amor por el arte podían hacer del mundo un lugar mucho mejor.
FIN.