Gabriela y el Jardín de los Colores
Había una vez, en un pequeño pueblo lleno de vida, una niña llamada Gabriela. Gabriela era una chica curiosa y soñadora, a quien le encantaba pasar su tiempo en el jardín de su abuela. Este jardín era especial; estaba lleno de flores de todos los colores y formas, y cada día, Gabriela descubrían algo nuevo.
Un día, mientras exploraba el jardín, Gabriela notó que al final de un sendero cubierto con hojas de colores, había una puerta antigua y misteriosa.
"¿Qué será eso?" - murmuró Gabriela, intrigada.
Decidió abrir la puerta y, al hacerlo, se encontró en el Jardín de los Colores, un lugar mágico donde las flores era más brillantes y los árboles susurraban canciones.
"¡Hola!" - exclamó una pequeña mariposa de colores vibrantes. "Bienvenida, Gabriela. Este es un lugar donde los sueños pueden hacerse realidad. ¿Cuál es tu sueño?"
Gabriela siempre había querido ser artista y pintar el mundo con colores alegres.
"Quiero crear un mural en mi pueblo que haga sonreír a todos" - dijo con entusiasmo.
"Aquí, en el Jardín de los Colores, cada vez que pintás algo, podés hacer que un nuevo color aparezca por toda la tierra" - respondió la mariposa.
Gabriela, llena de emoción, se puso a pintar. Cada trazo que hacía hacía florecer un nuevo color en el jardín. Sin embargo, mientras tanto, comenzó a notar que algunos colores se empezaron a desvanecer.
"¿Por qué se están yendo?" - preguntó preocupada.
"Los colores se apagan cuando no se comparten o cuando no se usan con amor" - explicó la mariposa. "Debes usar tu arte para alegrar a los demás y así los colores se mantendrán vivos".
Gabriela comprendió que su arte no sólo era para ella, sino que podía hacer feliz a mucha gente. Decidió regresar al pueblo y organizar un día de pintura para todos los niños y niñas.
"¡Vamos a llenar nuestro pueblo de colores!" - invitó Gabriela en la plaza. "Cada uno traerá sus pinturas y juntos haremos un mural".
El día llegó y el pueblo se llenó de niños con pinceles y sonrisas. Gabriela guiaba a sus amigos mientras pintaban. Lilas, naranjas, azules... todos los colores brillaban.
Pero, de repente, un viento fuerte sopló y algunas de las pinturas se escurrieron, poniendo en riesgo la creación del mural.
"¡Oh no!" - gritó Gabriela. "¿Qué haremos ahora?"
La mariposa apareció volando en ese momento.
"No te preocupes, Gabriela. Cuando haya dificultades, deben trabajar juntos. ¡Entonces, las flores volverán!" - dijo.
Gabriela y los niños se unieron para resolver el problema. Empacaron todas sus pinturas y, en lugar de desanimarse, comenzaron a hacer un nuevo plan. Cada uno propuso ideas sobre cómo crear el mural: "Podemos usar las hojas para hacer un fondo" - sugirió uno de los niños. "Y yo tengo purpurina para que brille mucho más" - agregó otra niña.
Así, juntos crearon un hermoso mural no sólo con pinturas, sino también con elementos de la naturaleza que encontraron en el jardín. La colaboración hizo que el mural fuera aún más especial. Cuando terminaron, todos admiraron su trabajo con satisfacción.
"¡Lo logramos!" - exclamó Gabriela emocionada. "Este mural será un símbolo de nuestra amistad y colaboración. ¡Los colores nunca se irán de aquí!"
El mural alegró el pueblo, y el Jardín de los Colores continuó floreciendo con nuevas tonalidades cada día. Gabriela sonrió al ver cómo su sueño se había hecho realidad,
Y así, la niña que soñaba con ser artista, no solo creó un mural; también unió a su comunidad a través del poder del arte y la amistad, demostrando que los verdaderos colores siempre brillan cuando se comparten con otros.
Desde entonces, Gabriela siguió pintando y creando hermosos murales junto a sus amigos, llenando cada rincón del pueblo con alegría.
Fin.
FIN.