Galletas de amistad
En una soleada mañana de primavera, la señora Marta, una elegante mujer de cabello plateado y sombrero a juego, estaba sentada en el andén de la estación de tren.
Tenía un paquete de galletas sobre su regazo y disfrutaba del tranquilo ambiente mientras esperaba su tren. De repente, un hombre desconocido se acercó a ella con una sonrisa amigable.
La señora Marta lo miró con recelo mientras el hombre extendía su mano hacia el paquete de galletas y sacaba una sin pedir permiso. - Disculpe, ¿puedo tomar una galleta? -preguntó el hombre con tono cortés.
La señora Marta frunció el ceño y respondió con firmeza: - No es correcto tomar algo que no es tuyo sin pedir permiso primero. El hombre pareció sorprendido por la reacción de la señora Marta, pero en lugar de disculparse, simplemente sonrió y dijo: - Perdóneme si la ofendí. Solo quería compartir un momento agradable con usted.
La señora Marta se sintió aún más molesta por la actitud del hombre y decidió ignorarlo mientras continuaba disfrutando de sus galletas. Sin embargo, el hombre no se dio por vencido y comenzó a entablar una conversación amistosa con ella.
Poco a poco, logró ganarse su confianza y hacerla reír con sus ocurrencias.
Con el paso del tiempo, la señora Marta descubrió que el hombre era en realidad un músico callejero que había perdido su tren y estaba buscando compañía para pasar el rato. A pesar de sus reservas iniciales, la señora Marta empezó a disfrutar de la charla animada y del talento musical del hombre.
Cuando finalmente llegó su tren, la señora Marta se despidió del hombre con una sonrisa cálida y le ofreció amablemente compartir algunas galletas para llevar en su viaje. El hombre aceptó agradecido y ambos se desearon buena suerte en sus respectivos caminos.
Mientras el tren partía rumbo a nuevos destinos, la señora Marta reflexionaba sobre cómo un encuentro inesperado había transformado su día aburrido en una experiencia memorable llena de risas y camaradería.
Aprendió que las apariencias pueden ser engañosas y que a veces basta con abrirse a nuevas personas para descubrir verdaderas joyas humanas en los lugares más insospechados.
Desde ese día, la señora Marta recordaría aquella lección valiosa cada vez que compartiera sus galletitas en futuros viajes en tren, siempre dispuesta a darle una oportunidad a aquellos que buscan conectar genuinamente con otros corazones viajeros. Y así siguió adelante, extendiendo amor y amistad allá donde iban sus pasos.
FIN.