Gatitos en el Tejado



Era una tarde soleada en el pequeño vecindario de Villa Alegre. Los pájaros cantaban y un suave viento hacía bailar las hojas de los árboles. Pero en un pequeño tejado de una casa amarilla con flores en el jardín, había algo inusual: un grupo de gatitos curiosos que habían decidido explorar su nuevo mundo.

- ¡Mirá, un pájaro! - gritó Mimí, la gata de rayas grises, con su vocecita aguda.

- ¡Yo quiero verlo! - dijo Tomás, el más pequeño del grupo, mientras se asomaba al borde del tejado.

- Tengan cuidado, chicos. No se acerquen demasiado - advirtió Nube, la gata blanca y suave, siempre la más prudente.

Pero los otros no la escucharon. Con un salto atrevido, los tres gatitos se lanzaron hacia el borde, tratando de atrapar al pájaro. Sin embargo, el pájaro voló lejos y los gatitos quedaron en una posición comprometida.

- ¡Ay, ay, ay! ¿Qué hacemos ahora? - preguntó Miel, la gata de pelaje anaranjado, comenzando a sentir miedo.

- ¡Debemos volver a casa antes que nos vea la señora Rosa! - dijo Tomás, mirándose a su alrededor. En ese momento, un viento fuerte sopló, haciendo que los gatitos se tambalearan.

- ¡Agárrense! - gritó Nube, mientras todos se aferraban con sus patitas al borde del tejado - ¡No se dejen llevar!

Justo cuando pensaron que todo era un desastre, una amable paloma se acercó volando.

- ¡Hola, gatitos! - dijo la paloma con una sonrisa. - ¿Qué hacen ahí arriba?

- Buscando aventuras, pero ahora estamos atrapados - suspiró Mimí.

- No se preocupen, yo puedo ayudarles. Solo tienen que confiar. - dijo la paloma.

- ¿Y cómo lo harías? - preguntó Miel, todavía temerosa.

- Si saltan hacia mí, los llevaré a un lugar seguro - respondió la paloma, moviendo sus alas con alegría.

Los gatitos se miraron entre sí.

- ¿Y si no llegamos? - preguntó Tomás, temblando.

- Si no saltamos, podría ser aún peor - dijo Nube. - Creo que debemos intentarlo.

Con mucho esfuerzo y valor, los gatitos se prepararon.

- ¡Uno, dos, tres! - contó Nube. En un instante, los cuatro gatitos saltaron, y la paloma extendió sus alas justo a tiempo para atraparlos suavemente.

Los llevó a un lugar más seguro, al jardín de la señora Rosa. Al aterrizar, los gatitos se sintieron aliviados y emocionados por la aventura que habían vivido.

- ¡Hurra! - gritaron todos juntos.

- Tienen que tener cuidado la próxima vez - les aconsejó la paloma - el mundo es emocionante, pero siempre hay que ser prudente.

- Gracias, paloma. Aprendimos una lección hoy - dijo Mimí, sintiendo que había crecido un poco.

- Siempre estaré aquí si me necesitan - respondió la paloma volando hacia el cielo.

Desde ese día, los gatitos jugaron en el jardín pero nunca más subieron al tejado sin pensar antes en las consecuencias. Y siempre recordaban que en las aventuras, la amistad y la prudencia eran las mejores compañeras. Y así, en Villa Alegre, los gatitos no solo jugaron y se divirtieron, sino que también aprendieron a ser un poco más responsables, porque cada aventura es más hermosa cuando se vive con sabiduría.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!