Gato y las Abejas Valientes



Era una mañana brillante y soleada en el barrio de Gato. Todos los animales estaban disfrutando del día al aire libre. Entre ellos, Gato se encontraba en su árbol favorito, mirando cómo las mariposas danzaban en el aire y escuchando el murmullo del río. Sin embargo, un pensamiento lo llenaba de incertidumbre. Aquel recuerdo de su infancia regresaba a su mente: la picadura de una abeja.

Un día, cuando era solo un pequeño gato curioso, había perseguido a una abeja que zumbaba alegremente. Sin querer, la abeja se sintió amenazada y, ¡pum! , le picó en la pata. Desde entonces, Gato había desarrollado un miedo profundo hacia esos pequeños insectos.

Pero ese día, su amiga, la tortuga Tula, se acercó con una gran sonrisa.

"¡Hola, Gato! ¿Qué haces tan pensativo?" - preguntó Tula.

"Hola, Tula. Solo recordando algo que me asusta... las abejas" - respondió Gato, con una expresión de desánimo.

Tula, siendo siempre la más valiente y sabia del grupo, le dijo:

"Gato, las abejas son importantes para nuestro planeta. Sin ellas, no tendríamos flores ni frutas. Podrías intentar conocerlas un poco más, ¡tal vez no te asusten tanto!"

Gato miró a Tula, dudoso.

"Pero, ¿y si me vuelven a picar?" - preguntó, con una buena dosis de miedo aún presente.

"Sabes, Gato, enfrentarse a lo que nos asusta puede transformarlo en algo hermoso. Vamos a buscar a las abejas y aprender más sobre ellas juntos. Lo que más tememos puede enseñarnos mucho” - dijo Tula.

Poco a poco, Gato decidió que debía enfrentarse a su miedo. Junto a Tula, se aventuró hacia el jardín de Flores. Allí, el aroma de las flores llenaba el aire y un suave zumbido se escuchaba a su alrededor.

Cuando llegaron, Tula y Gato se encontraron con una escena maravillosa. Un grupo de abejas trabajadoras revoloteaban de flor en flor.

"Mirá, Gato. ¡Son muy ocupadas!" - exclamó Tula.

Gato observó a las abejas. Estaban tan concentradas en su tarea que no parecían interesarse en ellos.

"¿Cómo saben a dónde ir?" - preguntó Gato, empezando a sentirse un poco más curioso que asustado.

"Las abejas se comunican entre sí haciendo danzas. Cuanto más vibrante es su danza, más lejos se encuentra la flor que están visitando" - explicó Tula.

Gato decidió acercarse un poco más.

"¿Crees que podríamos preguntarle a alguna abeja por qué pican?" - sugirió Gato, sintiendo curiosidad.

"¡Claro! Pero recuerda, sólo debemos acercarnos despacio y sin hacer movimientos bruscos" - advirtió Tula.

Entonces, con cuidado, Gato se acercó a una abeja que estaba descansando sobre una flor.

"Hola, pequeña abeja, ¿puedes ayudarnos?" - preguntó con voz temblorosa pero valiente.

La abeja, al escuchar a Gato, levantó la mirada y sonrió.

"¡Hola! Soy Bea, la abeja. Por supuesto, estoy encantada de ayudar!" - contestó Bea.

"¿Por qué nos pican?" - inquirió Gato.

"Picamos solo cuando sentimos que nos amenazan. Es nuestra manera de defendernos. Pero no te preocupes, ¡no es divertido picar! ¡Nos gusta mucho más recolectar néctar!" - explicó Bea.

Gato sintió una sensación de alivio. Esa abeja no era un monstruo, era un ser amable que quería ayudar.

"Entonces, ¿no quieres picarme?" - preguntó, ahora con una sonrisa.

"¡Para nada! Solo te picamos si no entendemos que no quieres hacernos daño. Pero si estás tranquilo, seremos amigos" - dijo Bea.

Poco a poco, Gato fue entendiendo que las abejas eran criaturas maravillosas que contribuían a cuidar de la naturaleza.

"Gracias por enseñarme, Bea. He estado tan asustado por una experiencia del pasado, que no me di cuenta de lo valiosas que son ustedes" - reconoció Gato, lleno de gratitud.

"A veces, los recuerdos pueden asustarnos, pero al aprender sobre ellos, podemos transformarlos. La amistad y el conocimiento nos hacen más fuertes" - concluyó Bea, despegando de la flor.

Ya no tenía miedo. Gato comprendió que enfrentar su miedo le permitió no solo conocer a Bea, sino también a sus amigas, las abejas. Y lo que más le sorprendió fue que, al final del día, había aprendido que la valentía no significa no tener miedo, sino trabajar para superarlo.

Estaba decidido a contarles a todos sus amigos lo que había aprendido.

"¡Gracias, Bea! ¡Y gracias, Tula!" - gritó Gato, sintiéndose más valiente que nunca.

Desde entonces, Gato y sus amigos solían visitar a las abejas con frecuencia. Aprendieron sobre polinización, hicieron jardines amigables con ellas y hasta plantaron flores para su hogar. Todos se dieron cuenta de que a veces, lo que más tememos puede ser parte de un hermoso aprendizaje que nos une como comunidad.

Y así, Gato dejó de temer a las abejas, convirtiendo su miedo en la chispa de una nueva amistad y un profundo amor por la naturaleza.

FIN.

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