Gema y el Aula Mágica



En un pequeño jardín en el barrio de Belgrano, una chica llamada Gema siempre había soñado con ser maestra. Desde pequeña, organizaba juegos educativos para sus primos y ayudaba a sus amigos a hacer los deberes. Sin embargo, decidió estudiar enfermería, convencida de que ayudar a los demás era su verdadera vocación.

Después de dos años de estudiar anatomía y cirugías en la universidad, Gema se sentía intrigada pero, al mismo tiempo, algo dentro de ella la incomodaba. Un día, mientras pasaba por el parque, se encontró con un grupo de niños jugando. Al observarlos, recordó lo mucho que disfrutaba enseñarles cosas nuevas, como contar o dibujar.

"¡Hola, chicos! ¿Puedo jugar con ustedes?"

Los niños la miraron con ojos brillantes.

"¡Sí! ¿Qué vamos a hacer?" preguntó Tomi, el más pequeño.

"¿Les gustaría aprender a contar hasta diez con un juego?" propuso Gema.

Rápidamente, Gema se unió a ellos y, con mucha energía, les enseñó a contar usando hojas del parque que encontraron. Con cada número, hacía un gesto divertido o una rima que hacía reír a los chicos. Al terminar, todos aplaudieron.

"¡Era muy divertido!" exclamó Lila.

Ese día fue un punto de inflexión para Gema. Al llegar a casa, miró su diploma de enfermería y se dio cuenta de que, aunque amaba ayudar, su corazón latía por la educación. Así que decidió inscribirse en la facultad de educación.

Los días transcurrieron, y Gema comenzó su nueva carrera. Con cada clase y cada práctica, se sentía más feliz. Sin embargo, se dio cuenta de que no todo sería sencillo. Durante una clase, su profesora le dijo:

"Gema, es importante que crees métodos de enseñanza que capten la atención de los niños. Los juegos y la creatividad son claves. Nunca olvides eso."

Gema pensó en sus juegos en el parque y decidió titular a su enfoque como "Aula Mágica", donde cada rincón sería una aventura. Así, en su primer día como pasante en una escuela primaria, decidió llenar su aula de colores y cuentos. Además, trajo algunos instrumentos musicales y materiales para manualidades.

Al principio, los niños estaban un poco confundidos.

"¿Y esto es una clase de qué?" preguntó Mateo en voz baja.

"De todo lo que podamos imaginar, ¡será mágica!" contestó Gema, emocionada.

El primer día transcurrió entre risas, música y creatividad, pero aún había mucho por hacer. Gema notó que algunos niños tenían dificultades para concentrarse. Así que decidió hacer algo especial.

"Chicos, mañana será el Día de la Aventura. ¿Qué les gustaría aprender?" preguntó.

"¡Música!" gritó Leo.

"Yo quiero dibujar!" añadió Ana.

Gema sonrió y comenzó a planear. Al día siguiente, convirtió el aula en un auténtico escenario:

"¡Hoy seremos músicos y artistas!" anunció.

Los niños llevaron sus instrumentos (aunque algunos eran improvisados) y todos juntos crearon una canción. Cada niño se turnaba para mostrar su talento, ya sea cantando, dibujando en una gran hoja o contando historias inventadas. Gema, con su corazón lleno de alegría, se dio cuenta de que no había nada más mágico que ver a esos niños florecer.

Un día, al finalizar la actividad, uno de los niños se acercó a Gema y le dijo:

"Eres la mejor maestra del mundo. Gracias por hacernos felices."

Gema sintió que había tomado la decisión correcta. Había encontrado su verdadera vocación. Aprendió que enseñar era un viaje lleno de amor y creatividad, donde cada niño era un tesoro lleno de posibilidades. Desde entonces, Gema nunca dejó de aprender de sus alumnos, compartiendo aventuras mágicas en el aula y descubriendo, cada día, un nuevo camino en la educación.

FIN.

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