Georgiana y el Gran Partido
Era un día soleado en el barrio de La Esperanza, y Georgiana, una niña de diez años con sueños enormes, no podía esperar para salir a jugar al básquet. Desde que tenía memoria, el deporte había sido su pasión, y cada tarde, junto a su papá, practicaban en la cancha del parque.
"¿Listo para otro entrenamiento, papá?" - preguntó Georgiana, mientras ataba sus zapatillas.
"Siempre estoy listo, Georgi. Pero hoy vamos a hacer algo especial" - respondió su padre, sonriendo.
Georgiana se sintió llena de emoción. Desde hacía semanas, su papá le había hablado de un gran torneo de básquet que se realizaría en un mes, y ella deseaba participar en el equipo de chicas. Pero había un problema: la mayoría de las chicas en el equipo eran más grandes y experimentadas que ella.
"¿Crees que podré jugar en el torneo, papá?" - preguntó, mientras despejaban la cancha de hojas.
"Claro que sí, pero tendrás que entrenar duro y demostrar tu talento. Recuerda, el entrenamiento y la dedicación son clave" - le comentó su papá, mientras lanzaba la pelota hacia el aro.
Georgiana asintió y empezó a lanzar, concentrada en cada tiro. Pasaron los días y las semanas, y ella se dedicó a practicar cada tarde después de la escuela. Sin embargo, el día del torneo se acercaba rápido, y al enterarse que todas las chicas del equipo tenían mucha más experiencia, empezó a dudar de sí misma.
"¿Y si no juego bien? Igual no creo que me elijan para el equipo" - le confesó a su papá en uno de los entrenamientos.
"Georgi, recuerda que lo importante no es solo ganar, sino disfrutar del juego. Además, ante todo, confía en tus habilidades. Has estado entrenando muy duro" - le respondió su padre con confianza.
El día del torneo finalmente llegó. La cancha estaba llena de familias animando a sus equipos, y Georgiana, al ver a las chicas más grandes jugar, sintió un nudo en el estómago. Se acercó a su papá:
"¿Qué pasa si me ponen de suplente?" - preguntó, preocupada.
"Lo que importa es que estés aquí, disfrutando del juego. No dejes que el miedo te paralice" - le dijo, dándole una palmadita en la espalda.
Lentamente, Georgiana se calmó y decidió salir a dar lo mejor de sí. Cuando el entrenador la eligió para jugar, se sintió como si estuviera en la cima del mundo. Durante el primer tiempo, se movía nerviosa en la cancha, pero cada vez que pasaba la pelota o hacía un tiro, el aliento de su papá la animaba.
El partido avanzaba y cada vez que tenía la oportunidad de jugar, lo hacía con más confianza. Pero ocurrió algo inesperado: una de las chicas se lesionó y el equipo se quedó sin su mejor jugadora. El entrenador miró a Georgiana.
"Georgiana, ¡tienes que entrar!" - le gritó.
"¡Pero no sé si puedo hacerlo!" - respondió, con la adrenalina en la sangre.
"¡Puedes! Recuerda todo lo que has practicado" - le dijo el entrenador, tratando de calmarla.
Georgiana respiró hondo y se lanzó a la cancha. Fue como si el mundo se detuviera; con cada pase y cada tiro, se olvidó de su miedo. Unos corazones latiendo rápido, el olor a algodón de azúcar en el aire y los vítores de su papá la impulsaron. En los últimos minutos del partido, la pelota llegó a sus manos y, con una punta de confianza, encestó un tiro que dejó al público boquiabierto.
"¡Sí! ¡Lo logré!" - gritó, saltando de alegría.
Cuando el partido terminó y su equipo ganó, Georgiana se sintió realizada. No solo había sido parte del equipo, sino que había contribuido a su victoria. Su papá la abrazó fuerte:
"Estoy orgulloso de vos, Georgi. No solo por ganar, sino por haber superado tus miedos y dar lo mejor de vos en la cancha" - le dijo, con lágrimas de emoción en los ojos.
A partir de ese día, Georgiana no solo se convirtió en una jugadora de básquet continua, sino que también inspiró a muchas chicas en su barrio a seguir sus sueños, demostrando que el trabajo en equipo y la dedicación valen más que cualquier trofeo.
"Papá, quiero seguir jugando y también enseñar a otras chicas a no rendirse nunca" - dijo al final del torneo.
"Y lo harás, Georgi, porque los sueños son para cumplirse y porque el básquet es para todos" - respondió su papá, orgulloso de la valentía de su hija.
Así, entre dribles, tiros y risas, Georgiana siguió jugando al básquet, creando un legado de pasión y fortaleza para las futuras generaciones.
FIN.