Gertrudis y la magia del circo



Había una vez en la ciudad de Buenos Aires, una jirafa llamada Gertrudis. Gertrudis era una jirafa muy curiosa que le encantaba pasear por las calles y observar todo lo que la rodeaba.

Un día, mientras caminaba por el barrio de Palermo, se encontró con una sorpresa inesperada. Gertrudis levantó su larguísimo cuello y vio algo brillante y colorido a lo lejos.

Se acercó trotando con sus patas largas y al llegar descubrió que era un circo ambulante que acababa de llegar a la ciudad. Los ojos de Gertrudis se iluminaron de emoción al ver a los payasos haciendo malabares, a los acróbatas practicando sus piruetas y a los animales exóticos descansando en sus jaulas.

"¡Qué maravilla! ¡Esto es increíble!", exclamó Gertrudis emocionada. Se acercó lentamente a la carpa principal del circo y allí se encontró con el dueño, un simpático domador de leones llamado Marcelo.

"¡Hola, querida jirafa! ¿Cómo te llamas?", preguntó Marcelo con una sonrisa amable. "Soy Gertrudis, ¿y tú?", respondió la jirafa con entusiasmo. "Yo soy Marcelo, el dueño de este circo. ¿Te gustaría quedarte con nosotros y ser parte del espectáculo?", propuso Marcelo.

Gertrudis no podía creer lo que estaba escuchando. Siempre había soñado con ser parte de un circo y ahora se le presentaba esa oportunidad única. "¡Sí, me encantaría! ¡Seré la primera jirafa circense de Argentina!", exclamó Gertrudis emocionada.

Y así fue como Gertrudis empezó su nueva vida como artista circense. Aprendió a hacer equilibrio en una pelota gigante, a saltar a través de aros en llamas y hasta logró montar en bicicleta gracias a su increíble equilibrio.

El público quedaba asombrado cada vez que veían actuar a la jirafa más talentosa del circo.

Pero lo mejor de todo para Gertrudis fue haber encontrado una nueva familia en el circo: Marcelo el domador bondadoso, los payasos bromistas, los acróbatas valientes y todos los demás artistas que la recibieron con los brazos abiertos. Al finalizar cada función, Gertrudis miraba las estrellas desde su carpa y suspiraba feliz por haber encontrado su lugar en el mundo.

A veces, los sueños más inesperados son los que traen las mayores alegrías.

FIN.

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