gestos que salvan


Había una vez en un pequeño pueblo rodeado de montañas, una niña llamada Laura. Laura era muy especial porque tenía la capacidad de comunicarse sin necesidad de hablar.

Tenía unos ojos grandes y brillantes, y una larga cabellera oscura que le llegaba hasta la cintura. Desde que era muy pequeña, Laura descubrió su habilidad para entender a los demás sin necesidad de pronunciar palabra alguna.

A través de gestos, miradas y expresiones faciales, lograba transmitir sus pensamientos y emociones con claridad. A pesar de su peculiar don, Laura a veces se sentía diferente al resto de los niños.

Algunos se burlaban de ella por no hablar como ellos, pero Laura no se dejaba afectar por las críticas. Sabía que su silencio no definía quién era en realidad. Un día, mientras paseaba por el bosque cercano al pueblo, Laura escuchó unos llantos provenientes de un arbusto.

Se acercó con curiosidad y descubrió a un cachorro abandonado entre las ramas. Sin dudarlo, lo tomó en brazos y decidió llevarlo a su casa. Al llegar al pueblo con el cachorro en brazos, todos se sorprendieron al ver a Laura tan decidida y valiente.

A partir de ese día, el cachorro se convirtió en su fiel compañero y juntos vivieron muchas aventuras. Un verano, el pueblo sufrió una sequía que amenazaba con dejar sin agua a todos los habitantes.

Preocupados por la situación, los adultos se reunieron para buscar soluciones, pero ninguno parecía dar con la respuesta adecuada. Fue entonces cuando Laura decidió actuar.

Con gestos y miradas les indicó a los mayores que la solución estaba en perforar un pozo más profundo en las afueras del pueblo. Aunque al principio dudaron de sus palabras silenciosas, finalmente decidieron seguir su consejo.

Para sorpresa de todos, al cavar el pozo más profundo encontraron una veta subterránea de agua cristalina que abasteció al pueblo durante años. Desde ese momento, todos comprendieron la verdadera grandeza de Laura y su increíble capacidad para comunicarse sin palabras.

Laura se convirtió en un ejemplo para todos los niños del pueblo, quienes aprendieron a valorar las diferencias y a respetar las habilidades únicas de cada persona.

Y así, entre risas y juegos compartidos junto a su fiel amigo animal, Laura demostró que el verdadero poder reside no solo en las palabras que decimos, sino también en nuestras acciones y nuestra capacidad para escuchar más allá de lo evidente.

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