Gofre aprende a ser responsable



En una hermosa casa con jardín en la ciudad de Buenos Aires vivía Gofre, un perrito bichon maltes muy travieso y mimado.

Gofre tenía unos grandes ojos negros que derretían el corazón de cualquiera, pero detrás de esa apariencia tierna se escondía un pequeño revoltoso que hacía lo que quería en casa. Un día soleado, Elia, la dueña de Gofre, preparó un delicioso almuerzo para toda la familia.

Mientras los humanos se sentaban a la mesa a disfrutar de sus comidas, Elia le dijo a Gofre con voz firme: "Recuerda, Gofre, no te subas a la mesa ni intentes robar nuestra comida. Es importante que respetes las reglas de la casa".

Gofre movió su cola con desinterés y decidió ignorar las palabras de Elia. Esperó pacientemente a que todos estuvieran distraídos y sin pensarlo dos veces saltó ágilmente sobre la mesa.

Con sus patitas rápidas y sigilosas, comenzó a saborear los manjares dejando un rastro de caos y migajas por doquier.

De repente, Elia entró en la habitación y al ver la travesura de Gofre exclamó: "¡Gofre! ¡Te dije claramente que no debías hacerlo! ¿Por qué desobedeciste?"Gofre levantó su cabecita con culpa mientras masticaba una croqueta robada. Se sintió arrepentido por haber decepcionado a su dueña. Elia lo tomó suavemente entre sus brazos y lo llevó fuera de la mesa.

"Gofre, sé que eres juguetón y curioso, pero es importante seguir las reglas para convivir en armonía", explicaba Elia mientras acariciaba a Gofre. El pequeño perrito bajó la mirada avergonzado por su comportamiento egoísta e impulsivo.

Decidió disculparse con un gesto sincero: lamió amorosamente el rostro de Elia como signo de arrepentimiento. "Está bien, Gofre," dijo Elia sonriendo ante el gesto tierno del perrito. "Todos cometemos errores, lo importante es aprender de ellos.

"A partir de ese día, Gofre entendió que era fundamental escuchar y obedecer las indicaciones de sus seres queridos para evitar problemas innecesarios. Aprendió a respetar las normas del hogar y descubrió que ser obediente también podía traer recompensas como cariño extra, premios especiales y largos paseos al parque.

Desde entonces, Gofré se convirtió en un compañero leal y atento para Elia; juntos compartieron aventuras llenas de aprendizaje mutuo y complicidad inquebrantable.

Y así concluye esta historia donde el pequeño bichon maltes comprendió que ser obediente no solo era parte fundamental del buen comportamiento sino también una muestra genuina de amor hacia quienes más cuidan y protegen. Moraleja: La obediencia nos ayuda a construir relaciones fuertes basadas en el respeto mutuo; escuchar a quienes nos guían nos hace crecer como individuos responsables.

FIN.

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