Goles de la Amistad



Había una vez en un pequeño pueblo de Chile llamado San Pedro del Golfo, donde el fútbol era más que un simple deporte; era una forma de vida. Los niños y niñas del pueblo soñaban con jugar en el famoso estadio La Roja, donde los grandes equipos luchaban por la gloria. Un grupo de chicos y chicas se reunían todos los días en la plaza del pueblo con una pelota desgastada para practicar sus habilidades y disfrutar de la magia del fútbol.

Un día, mientras entrenaban, escucharon una conversación entre dos aficionadas muy entusiastas: Ana y Carla, que eran las mejores amigas y grandes fanáticas de dos equipos rivales, el Club Deportivo Estrella y el Club Atlético Volcano.

"Hoy la Estrella va a ganar, ¡ya lo verás!" - dijo Ana, con una sonrisa de oreja a oreja.

"¡Ni lo sueñes! ¡El Volcano es el mejor!" - respondió Carla, riendo.

Los niños, intrigados, se acercaron y escucharon hablar sobre el gran partido que se llevaría a cabo el próximo sábado entre ambos equipos.

"Nosotros también queremos jugar y ser parte de la diversión!" - exclamó Joaquín, un niño del grupo que soñaba con ser un gran jugador.

"Está bien, ¡pueden unirse a nuestras porras!" - dijo Ana emocionada.

"Pero solo si prometen que el que gane será el mejor, ¡sin envidias ni peleas!" - añadió Carla.

Los niños y niñas aceptaron el reto y decidieron formar un equipo propio. Se llamaron ‘Los Ilimitados’. Pasaron toda la semana entrenando, aprendiendo de cada fallo y celebrando cada logro. Aprendieron sobre el trabajo en equipo y la importancia de disfrutar el juego.

El sábado llegó y la plaza del pueblo se llenó de gente. La emoción era palpable.

"¡Vamos a ganar!" - gritaba Ana, mientras la multitud vitoreaba.

"¡No importa quién gane, lo importante es jugar con alegría!" - agregó Joaquín.

Justo antes de que comenzara el partido, comenzó a llover. El suelo se convirtió en un lodazal y muchos pensaron que el partido se cancelaría. Sin embargo, los chicos decidieron que esto no los detendría.

"¡Vamos a jugar!" - animó Joaquín.

"Sí, el agua hace que el fútbol sea aún más divertido!" - dijo Carla.

A medida que el partido avanzaba, los goles no tardaron en llegar. A veces marcaba el Estrella, otras el Volcano, y hasta los ‘Ilimitados’ lograron anotar un gol. Los niños se olvidaron de la rivalidad y comenzaron a disfrutar del juego, dándose la mano después de cada acción.

Al finalizar el partido, el marcador mostraba un empate. El próximo golpe de gracia fue la gran sorpresa: los niños percibieron que lo que realmente importaba era haber compartido momentos felices, aprendiendo de cada juego, apoyándose mutuamente y haciendo nuevos amigos. Organizaron una ronda final donde todos se abrazaron, emocionados por lo que habían vivido.

"¡Nunca había jugado tan feliz!" - gritó Joaquín.

"¡Y todo gracias a nuestra amistad!" - dijo Ana, sonriendo.

"La próxima vez, ¡haremos un torneo entre todos!" - sugirió Carla.

Desde entonces, el pueblo aprendió que más allá de los equipos y de la competencia, lo que realmente une a las personas es la pasión por el fútbol y la amistad. Así, San Pedro del Golfo se convirtió en un lugar donde cualquier persona, sin importar el equipo que apoyara, era bienvenido a la cancha, porque en el fútbol, como en la vida, todos somos parte del mismo equipo.

Y así, los niños y las niñas siguieron jugando y soñando, sabiendo que en cada pase y en cada gol, estaban construyendo recuerdos que durarían para siempre.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!