Golpes de Amistad



En un pequeño pueblo rodeado de colinas y campos verdes, había un chico llamado Tomás. Era un apasionado del golf, pero muchas veces lo tildaban de 'rudo', porque prefería jugar con fuerza en vez de con técnica. Su madre, que le había enseñado a jugar desde pequeño, siempre le decía:

"Tomás, el golf no es solo pegarle a la pelota. Hay que tener paciencia y pensar estratégicamente."

Pero Tomás hacía oído sordo y decidía ir a jugar solo, su gorra siempre ajustada en su cabeza, nunca se la sacaba. Un día, mientras estaba en el campo, decidió hacer un hoyo en uno. Tomás caminó hacia el primer tee y, sin pensarlo dos veces, le dio un fuerte golpe a la pelota. La pelota salió volando directo hacia el lago cercano.

"¡Ay, no!", exclamó Tomás.

Decidió pedir ayuda a su madre, que estaba cerca con una amiga.

"Mamá, la pelota se fue al lago, no puedo jugar sin ella!"

"No te preocupes, Tomás. Así como la pelota busca el camino al hoyo, a veces hay que buscar en los lugares menos pensados. Vamos juntos."

Mientras caminaban hacia el lago, Tomás se dio cuenta de que su madre había traído una caña de pescar.

"¿Vas a pescar?" preguntó Tomás, sorprendido.

"No exactamente. Vamos a ver si podemos rescatar la pelota. A veces, lo que parece perdido puede ser encontrado con un poco de esfuerzo y creatividad."

Su madre lanzó la línea al lago y, después de unos minutos, logró enganchar la pelota. Tomás aplaudió emocionado:

"¡Qué genial, mamá! ¡Eres la mejor!"

Cuando regresaron al campo, estaba un grupo de chicos que solían burlarse de Tomás por su manera de jugar. Él se sintió un poco intimidado, pero su madre lo animó:

"Recuerda hijo, la amistad y el compañerismo son parte del juego. Invítalos a jugar en equipo."

Tomás se acercó a los chicos.

"Hola, ¿quieren jugar una partida juntos? Puedo enseñarles algunos trucos que aprendí."

Los chicos lo miraron sorprendidos. Uno de ellos, llamado Lucas, respondió:

"De acuerdo, pero solo si prometés no golpearte tanto."

Tomás se rió.

"¡Trato hecho! A partir de ahora, ¡a jugar juntos!"

Esa tarde, jugaron en equipos, compartieron risas y anécdotas, mientras que Tomás aplicaba las enseñanzas de su madre, descubriendo que trabajar en equipo era mucho más divertido que jugar solo. Su estilo rudo comenzó a transformarse en una mezcla de fuerza y estrategia.

Al final del día, Tomás se despidió de sus nuevos amigos, agradeciendo a su madre por apoyarlo y enseñarle importantes lecciones:

"Gracias, mamá. Hoy aprendí que no se trata solo de quién golpea más fuerte, sino de disfrutar el juego con amigos."

"Exactamente, hijo. Por eso el golf puede ser un espejo de la vida: a veces se trata de suavizar los golpes y encontrar la mejor manera de conseguir los objetivos, y siempre está bien pedir ayuda."

Desde ese día, Tomás se volvió más abierto y comunicativo, aprendiendo de cada partido y de cada jugador que conocía. Su forma de jugar cambió para siempre, pero lo más importante: ganó un montón de amigos con los que cada domingo disfrutaba de una nueva partida. Y así, entre risas y swings, Tomás entendió que la verdadera victoria estaba en compartir la pasión del golf con quienes lo rodeaban.

FIN.

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