Griselda y su Oveja en la Loma



Era un día soleado en el pintoresco pueblo de Valle Verde, donde vivía Griselda, una niña de diez años con una sonrisa radiante y dos trenzas que bailaban al viento. Griselda tenía una oveja llamada Miel, suave y esponjosa, que siempre la acompañaba. El pequeño prado donde pastaban juntos se encontraba en una loma, justo detrás de la casa de Griselda.

"¡Vamos, Miel! ¡Hoy exploraremos más allá de la loma!" - dijo Griselda, mientras daba un pequeño salto emocionada.

La oveja, como si entendiera, la siguió con ternura, disfrutando del frescor del pasto verde. Cuando llegaron a la cima de la loma, Griselda se detuvo, y sus ojos brillaron al ver un paisaje impresionante que se extendía ante ella.

"¡Mirá, Miel! ¡Todo es tan hermoso desde aquí arriba!" - exclamó. Griselda respiró hondo, disfrutando del aire fresco. De repente, algo moviéndose entre los arbustos llamó su atención.

"¡Miel, esperá un segundo!" - dijo Griselda, acercándose cautelosamente. Para su sorpresa, al asomarse un poco más, vio a un pequeño conejo atrapado entre unas ramas. "Pobre criatura, hay que ayudarlo" - pensó, sintiendo un impulso inmediato de protegerlo.

Griselda, con mucho cuidado, se agachó y sin asustar al conejo, trató de desencajarlo. Miel, que había estado observando todo con gran interés, se acercó para olfatear al pequeño animalito.

"No te preocupes, amigo. ¡Te sacaré de aquí!" - murmuró Griselda, con determinación. Después de unos minutos de esfuerzo, consiguió liberar al conejo. Este, al verse libre, saltó felizmente y dio un par de vueltas.

"¡Lo logré, Miel! ¡Mirá lo que conseguimos!" - dijo, aplaudiendo emocionada. El conejo, lleno de gratitud, dio un salto hacia el lado de Griselda, como agradecimiento.

Justo cuando Griselda pensaba que su aventura había terminado, una nube oscura cubrió el sol y comenzó a llover. "¡Oh, no! ¡Miel! ¡Rápido, tenemos que encontrar un refugio!" - gritó, mientras trataba de proteger su cabello de la lluvia. Corrieron juntos hacia un viejo árbol que ofrecía un poco de sombra.

"Esto no es justo, todo iba tan bien..." - se quejaba Griselda mientras su oveja se acomodaba a su lado. De repente, vio que el conejo había regresado también, buscando resguardo. "¡Hola de nuevo, amiguito!" - lo saludó alegremente.

Mientras esperaban bajo el árbol, resguardándose de la lluvia, el conejo dio un salto hacia un pequeño hueco en la tierra. "¿Qué estás haciendo?" - preguntó Griselda, curiosa.

El conejo salió con una pequeña bolsa en la boca, llena de semillas. "¿Ves? Junté esto de un granero cerca de aquí antes de ser atrapado. ¡Podemos compartirlo!" - comentó sonriente. Griselda no podía creer que el conejo tuviera un tesoro tan especial.

"Eso es una gran idea. ¡Podemos plantar esas semillas y formar un hermoso jardín!" - exclamó con alegría. Cuando la lluvia cesó, los tres amigos decidieron volver a la casa de Griselda con su nueva misión.

Al llegar, Griselda se armó de palas y regaderas, y junto a Miel y el conejo, comenzaron a trabajar en el pequeño terreno de su casa.

"Esto será el jardín más hermoso de Valle Verde" - dijo Griselda, mientras plantaba las semillas. Pasaron los días, y al cuidado de Griselda, Miel y el conejo, las semillas comenzaron a brotar.

Con el tiempo, el jardín floreció, lleno de colores vibrantes. Los habitantes del pueblo comenzaron a visitarlo, maravillados por la belleza del lugar. Griselda se sintió orgullosa y feliz de compartir su alegría y generosidad con los demás.

"Todo empezó gracias a tu valentía de ayudar a un amigo, Miel" - dijo. Y mucho más fuerte, cuando la gente venía a admirar su jardín, Griselda comprendió que el verdadero valor de su aventura era en la amistad y la colaboración.

Desde ese día, Griselda, su oveja Miel, y el conejo formaron un gran equipo de exploradores y jardineros, convirtiendo cada día en una nueva oportunidad para aprender y ayudar a quienes los rodeaban. Y así, en la loma, creció no solo un jardín, sino también una hermosa amistad que viviría siempre en sus corazones.

FIN.

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